
- Perdone que le pregunte esto, pero ahí, toda la gente trabajando de noche, debe ser muy sacrificado… ¿Qué sucede con el tema de la droga?- le dije a quema ropa.
- No, yo no sé nada de eso, yo no me meto en eso. Hay tipos desesperados y me han puesto hasta 50 lucas sobre el tablero para que los lleve a comprar coca, pero yo les digo siempre que no, que ese no es mi negocio, que ese es negocio de ellos, que yo no me meto. Hay que ir a las poblaciones, pero yo no. Jamás lo he hecho, jamás lo haré- respondió alterado y molesto. Duro y cortante, cambiando el tono apacible que nuestra conversación había tenido hasta ese momento. Llevábamos casi media hora hablando. Yo en el asiento trasero del taxi y él mirándome por el espejo retrovisor.
Era tarde, quería volver a casa pronto y dormir. Algunos metros más allá vi a un hombre bajarse justo frente a uno de los clubes de nudistas más exclusivos de Santiago. Corrí, pregunté al conductor si me podía llevar, abordé el auto y le di las coordenadas de mi destino. Entonces, hice sólo un par de preguntas y el taxista comenzó a hablar.
- ¿Usted trabaja siempre acá, con la gente del cabaret?
- Sí, hace muchos años. El señor que usted vio bajarse recién, es un cliente brasileño. Aquí viene mucha gente del extranjero, porque el ambiente es de primera.
- Y ¿cómo cuanta plata gasta alguien que va ahí una noche?
Desde ese minuto me relató con gran detalle el modo de operar del club, cuánto valía un trago, cómo eran las chicas que bailaban, las chicas que atendían, cómo era el flirteo con los clientes, y cuánto costaba sacar a una de ellas del lugar por una hora. “Una persona puede gastarse fácil entre 500 y 600 mil pesos”, me explicó y continuó hablándome de los hoteles, de los clientes importantes, de los empresarios y los deportistas y, con bastante detalle, de lo que hacían “las señoritas putas”, como insistía en llamarlas.
Me dijo que, en la mayoría de los casos, las familias no sabían que se dedicaban a eso y que, incluso, algunas de ellas eran casadas. “Muchas veces me ha tocado ser alcahute y apoyar sus coartadas para que piensen que son promotoras o algo así. Imagínese que con varias de ellas nos hemos llegado a hacer muy amigos”, me dijo en una luz roja, al tiempo que sacaba unas fotos de la guantera. “Ella es Teresa. Ahí sale con mi hijo en un paseo que hicimos a Mendoza. También he tenido otras dos señoritas putas muy amigas, pero ya se volvieron a Brasil y Colombia, de donde eran originalmente”.
En la puerta de mi casa detuvo el auto, me ofreció un cigarro y prendió uno para él. Poco después de nuestro minuto de tensión por el tema de la coca se relajó y retomo sus historias.
Antes de bajar del taxi me pasó su tarjeta y me dijo que lo llamara si alguna vez quería conocer el club por dentro. “Yo hablo con los guardias, que son mis amigos, y la dejan pasar”, aseguró.
Esa noche me acosté fantaseando sobre cómo sería mi visita al lugar, qué ropa usaría, cuál sería mi actitud y cuáles mis estrategias para empaparme de ese mundo tan distinto al mío. El mundo de las putas caras. El mundo de las señoritas putas.