lunes, febrero 27, 2006

La ruta de Futaleufú



Las duchas de agua caliente y el contacto con la civilización me hicieron ver la luz. Después de barajar posibilidades de ruta como atravesar a Chiloé o partir hacia Cochamó, supe con certeza cuál debía ser mi camino: cruzaría hacia Argentina por Futaleufú.

La decisión significaba perder casi todo un día, porque los buses de Chaitén a esa localidad sólo salen por las tardes. Sin embargo, en una suerte de agencia de turismo (de la Sra. Urbana) conseguí “algo” que partía a las ocho de la mañana.

“No va a poder ser na’ su viaje a Futa”, me informó el “docto” chofer. “Tengo muy pocos pasajeros y esa plata no me da ni pa’ la bencina… ahora, si usted pudiera pagar dos pasajes, ya podríamos negociar”.

Miré al hombre con desprecio, me puse la pesada mochila y partí hacia la salida de Chaitén dispuesta a hacer dedo (auto stop). Y confieso que recé… recé para que me llevaran pronto, pero también para que no me pasara nada malo. A los cinco minutos paró una camioneta y su chofer ¡Era un cura!

No sólo eso, sino que iba directo a Futaleufú, era uno de los tres sacerdotes que recorren los pequeños pueblitos de la zona e iba acompañado por una señora que era su amiga desde que se habían conocido en una parroquia donde él había trabajado algunos años antes.

Durante el camino vi los paisajes más impresionantes de las vacaciones y el sacerdote nos iba explicando a su amiga y a mí cada cosa del camino, de su geografía y de sus historias. Además paraba en todos los lugares más lindos para que pudiéramos tomar fotos.

Aunque inicialmente pensaba quedarme en “Futa” sólo un par de horas y continuar hacia Argentina, opté por seguir las recomendaciones de mi improvisado guía turístico: “Tú, que eres una chiquilla joven, no puedes pasar por Futalefú sin hacer rafting en el río que le de la el nombre al pueblo. Muchas personas de Europa y Estados Unidos vienen a Chile sólo para vivir esta experiencia y después se van sin visitar ninguna otra localidad del país”.

Y era verdad. Una experiencia inolvidable que pasé junto a Josh (el guía) y mis compañeros de balsa: Moshe, Marshal, Nicol y Daniel. Hace algunos años había hecho lo mismo en el Trancura Alto, pero el Futaleufú es por lejos mejor: agua turquesa, un paisaje sobrecogedor y mucha adrenalina, gracias a sus rápidos de categoría 3, 3+, 4 y 4+, todos con nombres divertidos como Dientes de tiburón, El toro, Cazuela y Mondaca… Sí, Mondaca, él más temido de todos y donde nuestra balsa saltó y se volteó en el aire tirándonos a todos al río…

Al abrir los ojos estaba bajo el agua, sólo veía cascos, piernas, manos y remos, mientras trataba de entender hacia donde tenía que nadar para salir a la superficie y poder respirar, pensaba en todas las instrucciones que nos había dado Josh para sobrevivir a una situación como esa, hasta que él me tiró del chaleco salvavidas y me subió de vuelta al bote. Ufff… ¡Qué aventura!

A la mañana siguiente me dispuse a retomar mi plan, pero era domingo y tampoco había buses que fueran hasta la frontera… Caminé hasta la salida del pueblo, nuevamente comencé a rezar y una hora más tarde llegué al límite del territorio nacional. Me despedí de los ocupantes de la camioneta que me llevaron hasta allí… era una pareja… ¡Una pareja de evangélicos!

Mi hermano Felipe se rió mucho con la historia y me preguntó si yo estaba tratando de cambiar de religión… Yo tengo otra teoría: pese a las distintas formas de acercarse a él, creo que Dios es el mismo y que me estaba acompañando.

Continuará…

lunes, febrero 20, 2006

Mucho bosque para mi…


El viaje tuvo de todo. Partí sólo conociendo cuál sería mi primer destino: el Parque Pumalín. El resto del trayecto se fue haciendo un poco por azar, un poco por ganas.

Finalmente no comí mariscos en Angelmó, no por miedo a intoxicarme, sino porque me encontraron cara de turista gringa y me querían cobrar un ojo de la cara. Así que, después de disfrutar un crudo en el centro, tomé el bus rumbo a Hornopirén, un pequeño pueblito que para mí fue la entrada a la Carretera Austral. Parte del tramo era sobre un trasbordador, nave que hizo un desvío de su recorrido habitual y se acercó a una lobería donde vi a más de 200 lobos de mar descansando sobre las rocas.

Hornopirén tiene más locales de Internet que lugares para comer. Eso llamó mi atención junto con la belleza de este lugar donde tomé el segundo trasbordador, esta vez hacia Caleta Gonzalo, una de las entradas al Parque Pumalín. En el trayecto estuve más de una hora escuchando hablar a un grupo de turistas-ciclistas de República Checa. La verdad es que no entendí nada de lo que hablaban, pero me fasciné mirando su interacción.

Una vez en Caleta Gonzalo, y luego de atravesar un puente colgante, llegué al camping, un lindo jardín rodeado de bosque donde cada quien instala su carpa donde quiere. Es bello el lugar, pero no se genera mucha interacción entre la gente. Sólo a la hora de las comidas pude conversar con algunas personas, compartiendo una mesa en el quincho. Todo lindo, todo limpio, todo normado. Aprendí a usar mi cocinilla con gran habilidad. En las noches pasé mucho, pero mucho frío, aunque llevé un guatero, uno de verdad, no es en sentido figurado.

Intenté seguir la corriente de los visitantes del lugar y hacer uno de los senderos… este es una de las cosas que motivan a las personas para ir hasta este austral parque: recorrer los diversos circuitos que ofrece Pumalín. Comencé por uno de los más pesados… “La Cascada”. Me tomó cinco horas y terminé odiando el bosque nativo, los animales, los pájaros y los ríos. Sentí músculos de mi cuerpo que no conocía y terminé con barro hasta dentro de las orejas.

Resulta que este caminito que se veía tan lindo e inocente en un principio, aumentaba su dificultad a cada metro. Cuando uno pensaba que ya había pasado lo peor, venía algo realmente peor. Mientras caminaba y caminaba para salir del bosque, solo pensaba en volver a la civilización y en un buen masaje… Como soy muy sedentaria, comprobé que tengo un estado físico malito… jajaja.

En el camping de Caleta Gonzalo, al igual que todo lo demás, los baños son muy limpios, pero las duchas son con agua fría (muy fría), no hay luz, teléfono, ni señal para celular y menos… Internet.

Aunque aproveche de tener largas conversaciones conmigo misma, tras cuatro días de aislamiento, cuando ya estaba a punto de comenzar a debatir con una de mis linternas a quien bauticé como Viernes (jajaja), me animé a hacer un sendero más razonable (Los Alerces, 40 minutos de caminata) y decidí volver al mundo. Me recibió Chaitén.

Después de encontrar un “moderno” cyber de Internet, con un poco de frustración a cuestas y convencida de que estoy un poco vieja para ir de camping sola, tomé otra decisión: que el resto de mi viaje tenía que ser eso, un VIAJE, con mucha conexión… y muchas conexiones.

Continuará…

jueves, febrero 02, 2006

A Pumalin los pasajes



Confirmado… a Pumalín los pasajes. En realidad, si todo sale bien, el domingo estaré llegando a Puerto Montt, con el infaltable almuerzo en Angelmó. Después partiré a Hornopirén y desde ahí sigue mi ruta hacia el mágico parque de Tompkins…

Ya tengo mis ollitas de camping, buena linterna y capa de agua. Estoy feliz con mi viaje. Parto con el corazón y los ojos abiertos, esperando recomendaciones de los que ya conocen el fin del mundo…

(Up date: estoy poniendo algunas fotos en mi flickr, pueden verlas pinchando aquí)