miércoles, abril 25, 2007

Los Drexler y yo

Los que conocen a Jorge Drexler, los que aman su música, ya saben que era médico otorrinolaringólogo y que dejó esa carrera para dedicarse por completo a sus canciones.

Yo también lo sabía.

Lo que no sabía es que Daniel Drexler, su hermano, también estudió medicina, también es otorrinolaringólogo y también cambió el delantal por la guitarra… Que sus padres son otorrinolaringólogos también y que el hermano pequeño dejó medicina a la mitad para abocarse a la música.

Supe esto y varias cosas más anoche, mientras bailaba con Daniel, Jorge, los chicos de la banda y la gente de la producción. ¡Qué tal!

Aunque me encontré con mucha gente allá, fui sola al recital. Cuando el espectáculo terminó, felicité a algunos de los músicos a la salida del Teatro Caupolicán y no se cómo terminé en el camarín, menos sé por qué confiaron en mí para recomendarles un lugar para ir a bailar, desoyendo los consejos de las gritonas groupies que aclamaban por un tal Club 21.

Clandestino”, dije sin dudar. “¿Y cómo está un tal Lujuria?”… “Liguria, se llama Liguria… y es muy bueno, pero ahí no se baila”, respondí.

El dato al margen es que yo casi nunca voy a bailar, menos un día martes, menos aún con mi cantante favorito y su banda.

También yo podría haber sido una groupie en este escenario, pero no me sentí así en ningún instante porque me adoptaron 100% y los amé. Jorge, un poco lejano, silencioso desde la introspección, pero el resto, cada uno un plato distinto, divertidos, juguetones, simpatiquísimos: Vicent (guitarra), Borja (batería), Diego (violín y mandolina), Ignacio (samplers y programación de imágenes), Miguel (contrabajo), Matías (sonido), Daniel (guitarra y voz) y Víctor (encargado de la gira).

Fue de verdad lindo compartir con personas que horas antes me emocionaron desde el escenario. Le dije a Víctor que la buena onda que había entre ellos se transmitía al público durante el show, hablamos también de lo magistral que estuvo Pipo Launer en la iluminación (a diferencia del espantoso iluminador de Johansen), de los arreglos musicales deliciosos, de la virtuosidad de todos los músicos…

Les di dos besos a cada uno de ellos, tomé la manos de Jorge entre las mías para agradecerle por su música, salí del “Clandestino” y me subí al taxi… Moría por quedarme, por seguir bailando pues la música estaba “de pelos”, pero hoy tenía que trabajar, tenía que volver a ponerme mi delantal blanco.

jueves, abril 19, 2007

Manicure en Nueva York



Eugen, Yu-Yin o Eugenio es mi manicurista en Nueva York. Perdón, sé que suena raro, pituco, snob, pero es la pura y santa verdad.



Eugen es coreano y trabaja en Polish, que en este caso no quiere decir Polaco, sino pulir o limar. Polish está a la vuelta de la esquina y cada vez que paso saludo a Yu-Yin a través de la ventana.

Él vino desde Corea, como yo vine desde Chile y como tantos otros vinieron de mil lugares distintos a esta ciudad.

Y aquí estoy casi volviendo a mi pais, cuando ya me acostumbro a hacer vida de barrio, a saludar a Eugen, a comprar un bagel en la Av. 2, tomar el metro en la calle Lexington, a hablarle a la gente en todas, todas partes. En las librerías, en el taxi, en el museo, en la pizzería de la esquina…

En el tren volviendo de Hastings, al ver su guitarra le pregunto a un joven si es músico y de qué tipo, me explica que es profesor, que tiene una banda de rock y que su guitarra es hecha en Chile. En la micro le ayudo a una viejita a pagar y me habla y noto su acento raro y me cuenta que es de Hungría, yo le muestro el libro que estoy leyendo, Budapest, de Chico Buarque.

Más experiencias… ufff. Miles. Almuerzo en un restaurant indio de Brooklyn. Siento el aire de inseguridad que se respira en el metro. Caminata por Central Park. Una exposición sobre los desaparecidos de Chile, Argentina y Uruguay en el Museo del Barrio. Fotos preturbadoras en el Guggenheim y después pretzel de manzana y canela. Primavera con frío, lluvia y algo de nieve.

Bajo una carretera en pleno Barrio Chino espero un bus, fumo un cigarro y me siento como en Blade Runner, por fin abordo y logro ubicarme, escucho cómo en el asiento de atrás “Papá Jean Pierre” habla en inglés, francés y un dialecto africano todo el camino NYC-WDC.

El metro de la capital es bello y limpio, los bagones alfombrados y la gente se ve amable. Luego de cuatro años sin vernos abrazo a la Trini y a Félix, regaloneo a la pequeña Amelia y disfruto de su hospitalidad.

Mientras buscamos un restaurant, nos perdemos en las calles y entre tanto monumento por casualidad la Casa Blanca aparece a mano derecha. Respondiendo a mi petición James me toma todas las fotos turisticas de rigor.

El acuario de Baltimore resulta agotador pero interesante, pero lejos lo mejor es recorrer el casco antiguo de la ciudad y encontrar el “Red Emma’s”, un café-librería administrado por un colectivo anarquista, venden libros, tienen Internet y las chicas que atienden se ven como grunges de los 90.

Fabuloso conocer a Bitacoreta y a su bella y encantadora genetista colombiana (perdón pero mantendremos la confidencialidad de estas personas).

De vuelta en NY, el entretenido show de Blue Men Group, caminatas y compras en el distrito financiero, voy donde solían estar las Torres Gemelas. Luego, horas maravillosas con los "Pilos", cena en Harlem con Daniel y Lisa, cerrando la noche con unos mojitos de vainilla en Lenox Lounge, el bar de jazz más antiguo de este legendario barrio, el barrio de la jazz y del soul, escuchando a maestros de maestros. Después, el museo de fotografía, Festival de Cine Latino, mucha lluvia, harta siesta, un poco de China Town y otro poco de Little Italy, pido unos Fettuccini Alfredo y siento que Al Pacino va a entrar en cualquier momento al restaurante y se sentará en mi mesa. Me acostumbro a andar en metro, aprendo, me gusta. Voy al Moma un día entero y me encuentro con Pollock y Warhol. También está Picasso y tantos otros. Veo la cara de Cho Seung-Hui por todos lados, los canales transmiten en directo cada vez que enciendo la tele y ahí están los testimonios que acá se sienten más cerca.

Camino, camino, camino y tomo otra micro y otro metro, y pregunto y hablo con la gente y sonrío y estoy feliz. Feliz y confundida por esto de sentirme de todas y de ninguna parte. Al fin y al cabo, sea donde sea y aunque no suene nada de pituco o snob, soy de la calle, con manicure y todo, mi ojos están ahí.


Foto de James Oligney en Flickr
downtown reflection
Originally uploaded by jto_.

jueves, abril 12, 2007

Puro ego

Sigo en Nueva York y tengo mil historias que contar... pero ni un minuto para hacerlo.

Sin embargo, simpre hay tiempo para el ego y tengo que comunicar que el miercoles 11 apareci en el diario El Mercurio mencionada como una de las blogeras top de mi pais, con fotito y todo.

Se que hay muchos mejores o mas leidos que nosotros, pero el dedo magico de Alexis nos puso ahi y ahora... me creo la muerte, jajajaja.

Saludos a todos...

Paloma/Blogera/Top

martes, abril 03, 2007

Luna llena

Llegué a Nueva York una noche de luna llena. En realidad la luna apareció mucho antes, junto al ocaso, cuando el avión Taca 570 sobrevolaba alguna parte de Centro América.

Cada tanto miraba por la ventanilla y allá abajo, muy lejos, podía distinguir uno que otro poblado, pero lo que más veía eran montañas, muchas montañas, y nubes gorditas de todas las formas y tamaños.

En el vuelo Santiago – Lima conocí a Juani, una mujer de cincuentaytantos fantástica, una gozadora de la vida, y en menos de una hora ella me contó la suya y yo parte, sólo parte de la mía, porque puede sonar increible, pero Juani hablaba mucho más que yo y lo hacía más rápido también.

Desde Lima a El Salvador una vez más comprobé mi habilidad para dormir en los aviones. Fueron algunas páginas del maravilloso libro Budapest, de Chico Buarque, un sandwich, una copa de vino, enchufarme a mi MP3 y en cinco minutos ya estaba durmiendo.

El último cambio de avión fue en El Salvador, donde la gente se veía linda, contenta, amable y sencilla; los alrededores del aeropuerto eran muy verdes y el clima húmedo. Cuando en esa parada llamaron a embarcar, algo me sorprendió muchísimo: mientras casi me requizan un jarabe para la tos, más de un tercio de los pasajeros que iban en mi avión llevaba bolsas con pollo frito. ¡POLLO FRITO!… “Es delicioso”, me explicó una mujer salvadoreña a quien pregunté por la extraña práctica. “Siempre la gente lleva a los Estados Unidos, porque allá hay Pollo Campero, pero no sabe igual”. Me contó también que debido a esa costumbre, a los vuelos desde El Salvador a EE.UU. les llamaban Chicken Flights (Vuelos del Pollo)… Jajajajaja.

Cuando miraba la luna reflejarse en el ala del avión, Doña Rosa y Don Doroteo, casados hace 53 años, mis compañeros de asiento, me pidieron ayuda para llenar los formularios de entrada a EE.UU. porque no sabían escribir muy bien. Después de enterarme un poco de sus vidas, me puse a escribir esto, mientras JFK se acercaba cada vez más…

Ahora la ciudad está allá afuera esperando por mí, sólo tengo que cruzar la puerta.