miércoles, enero 24, 2007

Piernas porteñas

No es un lugar común decir que pasé dos días subiendo y bajando cerros y escaleras, porque Valparaíso… Valparaíso no es un lugar común.

Con sus contrastes, los perros por doquier, conversaciones saliendo por ventanas abiertas en fachadas de latón, con los colores más vivos y más viejos, los más limpios y más sucios, con alma de cielo y un cuerpo que está siendo permanentemente reparado... este fue el Valparaíso que salimos a descubrir con James.

“Caminen y piérdanse por los cerros”, fue la primera instrucción que nos dio Chantal, al tiempo que nos mostraba uno de sus tesoros más valiosos entre todas las cosas que ha encontrado en las calles del Puerto: una caja de fósforos muy antigua, que halló en el suelo junto a un contenedor de basura y que en una de sus caras tiene pegado un trozo de papel que dice:

Clavos
Corral
Pollos

De eso se trata Valparaíso, de reparar, de componer, de recibir. Un lugar donde la locura y la diferencia son el patrón común. Un lugar donde el imperialismo intenta destruir el alma de una ciudad más viva que ninguna, logrando sus metas sólo con impudicias absurdas como la construcción de supermercados en barrios históricos, pisoteo de lo derechos de los habitantes en pro de turismo de transatlánticos y el apoyo gubernamental a centros comerciales en una tierra que se presume patrimonio de la humanidad.

Pero como en Valparaíso la diferencia es la norma, estos intentos más que imponerse se ridiculizan a sí mismos, porque lo más importante sigue siendo la diversidad, esa que se vive y se siente en cada curva que toma la “Mirco O”, desde la Avenida Argentina hasta Playa Ancha.



Fotos:
F. Elendil en Flickr
Moni en Flickr
Un tour para escuálidos bolsillos en Chile.com

viernes, enero 19, 2007

Gringo James

Esta semana me atrasé en postear porque mi amigo James está en Chile y yo soy su tourist guide.

James Oligney es fotógrafo, diseñador web y vive en la Gran Manzana, es decir, en New York City. Mi tarea, con más éxito algunos días que otros, ha sido mostrarle lugares o recomendarle cosas para hacer en mi ciudad, Santiago de Chile.

Nuestro calendario ha sido extenuante. Sólo el fin de semana pasado visitamos los siguientes lugares, en este orden:

Sábado: Parque Forestal, Mercado Central, Plaza de Armas, almuerzo de sándwich gigante en el Nuria, Plaza de la Constitución, Palacio la Moneda (con pacas guapísimas incluidas), Centro Cultural Palacio La Moneda (con una exposición imperdible del fotógrafo Antonio Quintana), micro hasta Plaza Italia, caminata por Bella Vista, Cerro San Cristóbal, Funicular, Teleférico, caminata por Pedro de Valdivia Norte y Providencia, Liguria de Manuel Montt.

Domingo: Iglesia de Santo Domingo, Persa Bío Bío, Museo de San Francisco, Iglesia de San Francisco, calles París y Londres, almuerzo en El Toro, helado en Emporio la Rosa, Quinta Normal (con muestra de una escuela de carnaval con chinchineros y todo), barrio Concha y Toro y barrio Brasil.

Además de eso James visitó las exposiciones de Alfredo Jaar en la Telefónica y en la Galería Gabriela Mistral, fue al MAVI y a una comunidad mapuche en las afueras de Santiago. Este fin de semana el paseo continúa en Valparaíso. Ha sido agotador, pero lo estoy pasando muy pero muy bien, redescubriendo lugares, practicando y mejorando mi inglés “todo el rato”.

A él varias cosas le han llamado la atención, como el tostador que se pone directamente sobre los quemadores de la cocina, lo locos que están los conductores de micros, el miedo a que nos asalten con que los santiaguinos recorremos las calles y los hot dogs con palta.

De estos días a su lado, desprovista de cámara pero con los ojos bien abiertos, hay una imagen que se fijó en mi mente. Sentada en una banca de la primera fila en la Iglesia de Santo Domingo veo a James moverse entre las sombras cerca del altar. Está mirando cómo la luz desde las alturas entra por una ventana. Da pasos lentos y busca y observa, hasta situarse justo bajo el haz que viene desde lo alto. Mira a través del lente y dispara.

miércoles, enero 10, 2007

Mi abuelo Beny

Mi abuelo materno se llama Beny Pilowsky, nació en Lituania y hace algunos días cumplió 84 años. Él es una bendición por su memoria e inteligencia prodigiosas… y me llena de luz el alma tenerlo en mi vida.

Pasó su niñez y juventud en Viña del Mar, después vivió en Israel junto a mi abuela Nena y, en los años ’60 volvieron a Chile. Estudió Ingeniería Química, egresando con promedio 7 (la nota más alta en Chile), fue muchos años presidente del Comité Representativo de Entidades Judías de Chile, cargo que le dio la oportunidad de conversar en privado con el Papa Juan Pablo II, durante la visita del pontífice a Chile. También tuvo una fábrica de virutilla y es gran jugador de dominó, póker y bridge.

Con mi abuela tuvieron cinco hijos. El primero de ellos, Israel, murió a los pocos meses de haber nacido. Contándolo a él, mi madre es la cuarta, siguiendo este orden: Daniel, Gabriel, Myriam, Deborah.

Si bien es encantador y divertido, muchas veces discutimos con el Beny, porque él opina de todo y, a veces, no tiene filtro. Es pensamiento hablado y supongo que los genes son fuertes porque, en mucho, salí a él.

Con el gentil auspicio de Canal.cl hice un pequeño video en su cumpleaños. Además del Beny, aparece la tía Sonia, mi prima Nicole y yo.

jueves, enero 04, 2007

El Divino otra vez


“Estoy acá con el Divino Anticristo, una de las personas más importantes que viven en mi barrio”, así comienza el último podcast de la Repostera del Crimen donde nos presenta una entrevista de 38 minutos a este curioso y emblemático personaje que circula por el centro de Santiago.



Una vez más Rucia Sucia nos entrega un documento histórico, donde ella recoge un trozo de lo que ha denominado como la hipermodernidad. Es imperdible.

Pueden descargar la entrevista completa en el podcast de la Repostera, pinchando aquí.

Para un adelanto, les presento algunos extractos de la entrevista que realizó Rucia y, posteriormente, lo que yo escribí sobre el Divino Anticristo en marzo de 2005.


Ni Verde ni Italiana

En el centro de Santiago hay un hombre que se pasea por las calles vestido como una mujer, una señorona. Podría ser un simple vagabundo, pero no lo es. Es el Divino Anticristo, o por lo menos así se hace llamar. Lleva un carro de supermercado, a veces son dos. Allí guarda cosas que recoge de la calle, algunas las vende.

El Divino es escritor, es poeta. Tiene un estilo curioso, trastocado, pero a la vez contundente y lúcido. Sobre él se tejen muchas historias, algunas son verdades, otras mitos urbanos.

El Divino Anticristo es columnista también. El periódico “The Clinic” ha publicado varios de sus escritos, pero ahora el Divino dice que está enojado con la gente del “The Clínic”, porque se pusieron “hidrofóbicos” con él.

En una ocasión leí que el Divino odia a las mujeres y, sobre todo, a las mujeres viejas. Por eso, generalmente mantengo la distancia cuando lo vemos, aunque he cruzado un par de palabras con él. Una vez, compramos algunas de sus creaciones literarias que vende en fotocopias. Le preguntamos si necesitaba algo. “Una máquina de escribir que no sea verde ni italiana”, respondió.

Al igual que los bloggeros, el Divino lleva una bitácora. Es una bitácora santa y demoníaca con un lenguaje reinventado que divide en “facsímiles electro-químicos”.

Hace semanas que no lo veo. Estoy pensando que el Divinísimo consiguió la licuadora roja para mezclar parabolísimas, que está encerrado en las calles y que es invisible mientras escribe sus letrísimas en respuesta a los hidrofóbicos.

*Foto de Amanda Figueroa en Flickr