domingo, julio 21, 2013

Chilenos: los reyes de la mayo

Chile es uno de los países con mayores niveles de desigualdad entre ricos y pobres. Un país donde la gente lee poco, pero donde los reality show son sensación. Un país con una constitución retrógrada que fue establecida por un dictador que dejó el poder hace más de 20 años. Un país conservador a rabiar, que hasta hace poco no tenía Ley de divorcio, donde el aborto está prohibido incluso en las situaciones más aberrantes, un país donde tristemente las personas del mismo sexo no pueden casarse ni adoptar niños, un país que ignora como ciudadanos a los que viven fuera del territorio nacional, impidiéndoles votar.
Sábado por la noche cenando en casa de mis tíos en Hastings (al norte de Manhattan, en Nueva York). Después del postre, fuimos a ver un capítulo del afamado programa de televisión estadounidense The Daily Show. En uno de los segmentos que trató sobre las nuevas leyes sobre inmigración de Estados Unidos, el comentarista encargado del tema tenía un argumento central:
No podemos hablar de "qué es lo que piensan los latinos sobre este tema" porque los latinos no son un solo gran grupo homogéneo, sino uno muy, pero muy diverso.
Para comprobar su teoría salió a la calle a pedir a gente latina que hablara de cuáles eran sus latinos menos favoritos. La parte más divertida de la nota es cuando un mexicano dice que no le gustan los chilenos porque -según él- comemos demasiada mayonesa. Desde ese punto en adelante, se hacen muchas bromas al respecto, y con fundamento, asegurando que somos el tercer país que más consume mayonesa en el mundo, luego de Rusia y Estados Unidos, por lo que se señala que sería nuestra forma de tratar de ser una potencia mundial: comiendo mucha mayonesa.

Como nunca he sido una gran fan de la mayonesa, no me había puesto a pensar sobre este punto. Pero es cierto. Conozco a muchas personas que no pueden sentarse a comer, si no tienen un frasco de mayo en la mesa.

Compartí el video del programa en Twitter, y Sandra González comentó que ahora seremos conocidos por algo más que el rescate de los mineros. Me pareció un comentario divertido, pero también me dio un poco de pena.
Y es que para muchos estadounidenses América Latina es sólo una masa gigante al sur. Muchos piensan que todo es como México. Entonces, cuando digo que soy latina, esperan que por default, me guste mucho la comida picante y que sea talentosa a la hora de moverme al ritmo de los bailes tropicales. Ni lo uno, ni lo otro se cumple.

Entonces me siento obligada a hablarles sobre quiénes somos los chilenos, y es muy difícil explicar cuán diferentes somos de esa imagen preconcebida en sus mentes moldeadas por el Tío Sam. Entonces, trato de decirles que vengo de un país lindo, pero más deslavado de lo que imaginan, un país bastante ordenado, con una democracia estable y una de las economías más robustas de la región. Un país donde no se come mucho picante, no se baila mucho en la calle y no se coimea a la policía. Uno de los países con mayores niveles de desigualdad entre ricos y pobres. Un país donde la gente lee poco, pero donde los reality show son sensación. Un país con una constitución retrógrada que fue establecida por un dictador que dejó el poder hace más de 20 años. Un país conservador a rabiar, que hasta hace poco no tenía Ley de divorcio, donde el aborto está prohibido incluso en las situaciones más aberrantes, un país donde tristemente las personas del mismo sexo no pueden casarse ni adoptar niños, un país que ignora como ciudadanos a los que viven fuera del territorio nacional, impidiéndoles votar... Entonces me da más pena. Porque sí me siento orgullosa de ser chilena, pero hay tantas cosas que no están bien en mi país.

Entonces pienso que es mejor no explicar nada, y esbozar una de esas sonrisitas educadas que tanto se usan por acá. Mejor, no trato de explicar. Mejor dejar que piensen sólo en los mineros y en la mayo. Mejor seguir el refrán "Calladita, más bonita".
 

jueves, julio 18, 2013

Mi pan de cada día

Nueva York es el metro de Nueva York. Porque parte importante de entender y sentir esta ciudad es andar en el metro, acá llamado Subway.

El metro de Nueva York no es precisamente lindo. Es ruidoso, es organizadamente caótico, es diverso, es colorido y es muy sucio.

Antes era mucho peor. Recuerdo cuando vine a esta ciudad de niña. Los vagones estaban cubiertos de grafitis por dentro y por fuera, y era algo para evitar por las noches. Aún es posible ver ratones entre la suciedad de los rieles, pero ahora los carros están bastante limpios, hacen menos ruido y es bastante seguro si es que uno no va a la periferia.

Entender el mapa del metro, es entender la ciudad. Es saber que cerca de Canal Street los pasajeros serán en gran parte asiáticos, que en el lado oeste y hacia el norte primero habrá muchos dominicanos y luego estudiantes de la Universidad de Columbia, y que en las líneas que vienen a Brooklyn hay muchas personas negras y judíos jasídicos.

No hay señal de teléfono ni Internet en la mayor parte de las estaciones, y aunque todo el mundo lee mucho, a mí me cuesta concentrarme, porque los estímulos son demasiados. Desconectada de la red, logro concentrarme en los habitantes de este espacio: gente de todas partes del mundo, con todos los rasgos que uno pudiera imaginar, hablando mil lenguas distintas. Gente con mucho estilo, gente sin nada de estilo, música y mucha, pero mucha indiferencia.

El metro de Nueva York es el lugar en el que paso más tiempo, después de mi pieza. El metro de Nueva York es mi segunda casa, es mi hogar, es mi pan de cada día.