En algún momento de los tempranos noventas estaba de moda “taquillar” en el Apumanque, usar pantalones amasados y zapatillas Topper o Converse con cordones distintos o, incluso, de diferente color. Cabe señalar que esto también se aplicaba a los mocasines Pluma.
Una década más tarde, HBO transmitía la tercera temporada de la exitosa serie Sex and the City (por cierto, una de mis sitcoms favoritas) y en uno de los episodios Carrie, la protagonista, aparecía usando sandalias de taco alto de distinto color y se veía topísima.
1.- Como la señora que encabeza el Ministerio de Planificación no es estilosa, sino todo lo contrario, no supo sacar provecho de la situación y decir que estaba imponiendo una moda. Podría haberlo hecho perfectamente, ya que los zapatos eran del mismo modelo.
2.- Ya que no supo sacar ventaja del entuerto, habría que decirle que ya no estamos en el principio de los noventas sino que en el año 2007, que ahora ya no se usan los cordones cambiados (sino que las zapatillas sin cordones), he visto pocas zapatillas topper y los zapatos Pluma me parece que ni existen, ni siquiera para usarlos en distintos colores.
3.- Por último, hay que aclarar que Clarisa Hardy está muy, pero muy lejos de parecerse Sarah Jessica Parker.
Pese a todo esto, debo reconocer que la situación despertó en mí una profunda nostalgia. Yo también tengo zapatos del mismo modelo en distinto color. Tal vez me animo a usarlos de este modo o, por lo menos, le cambiaré los cordones a mis zapatillas.
“Me escribe y asegura que se llama así, pero no le creo nada al tipo ese y se lo dije, virtualemnte, a la cara: mira, todo lo que me cuentas me suena a mentira, además, te googlié y no encontré nada, es decir, si conozco a alguien que trabaja en un ámbito moderno y tecnológico, como tú, que tiene entre 15 y 45 años, como tú, y lo googleo y resulta que google no lo conoce, entonces esa persona no existe. Así de simple, no existe”.
Francisco, que estaba en el living leyendo, dejó su libro y nos miró preocupado. “¿Qué pasa Pancho, acaso tú nunca te has googleado?”, preguntó Daniela. “No, nunca”, respondió mientras corría al computador para teclear su nombre con desesperación. “FRAN-CIS-CO E-CHE-VE-RRÍA… A mira, tengo un official website… lástima que no soy yo”.
Entonces le dimos instrucciones sobre poner su nombre entre comillas, buscar sólo en Chile, o incluir su segundo apellido, pero no hubo caso. Descubrimos que nuestro amigo no existía y ahí, delante de nuestros ojos, José Francisco Echeverría Edwards se desvaneció.
* Un regalo para que nuestro querido Pancho vuelva a existir: Pancho Echeverría, Francisco Echeverría, Echeverría Francisco, Echeverría Edwards, José Francisco Echeverría… Todas las combinaciones para enmendar el daño hecho a su espíritu que, creemos, sigue en algún lugar de la red. Escúchanos Google te rogamos. Amén.
Aunque aún hay cierto escepticismo frente al fenómeno que ha significado la irrupción de las bitácoras online, cada vez más personas y organismos están tomando conciencia sobre la importancia de los blogs, ya sea en términos individuales, corporativos, temáticos, noticiosos… O todas las anteriores.
Es el poder de los blogs y llegó para quedarse.
En nuestro país los hay de todo tipo y varios de ellos se están destacando incluso más allá de nuestras fronteras. Obvio: es Internet, es el mundo globalizado, es la individualidad volviéndose masiva y lo masivo, individual.
Pues bien, los más importantes exponentes de este "nuevo mundo" se reunirán el próximo 1° de Diciembre en el Auditorio de la Telefónica con el objetivo de participar en el encuentro "Blog Power 2007" (www.blogpower.cl), organizado por ACHIB (Agrupación Chilena de Blogs) y AIChile (Arquitectos de Información de Chile).
Si se piensa que en el último tiempo muchos blogs se han posicionado como medios de comunicación alternativos, resulta muy pertinente que el evento se realice bajo el lema "Los ciudadanos se hacen escuchar" y aborde temas tales como "Los blogs son el medio", "Activismo desde el blog", "Segmentación de usuarios", "Blogs rentables" y "Comunidad Bloguera chilena".
Para hablar de todo esto, allí estarán los principales exponentes de la comunidad que está moviendo buena parte de los contenidos digitales de la blogósfera chilena: Leo Prieto (Fayerwayer), Paty Leiva (Zancada), Christian Leal (Francotirador), Cristian Sepúlveda (Liberación Digital), Luis Ramirez (UCPN), José Huerta Estrada (NeutralidadSI), Rodrigo Guaiquil (Medios Digitales), Manuel Contreras (Manuelidades), Roberto Arancibia (El Mundo Sigue Ahí), Fernando Meza (Periodismo Global), María Pastora Sandoval (e-dentidad) y Juan Carlos Camus (Usando.info).
Imperdible
1° de Diciembre Edificio Telefónica Providencia 111 Metro Baquedano Entrada Liberada (previa inscripción)
Una decena de veces he presenciado en plena calle actos de violencia hacia mujeres, los cuales son efectuados por sus propias parejas. Principalmente gritos y zamarreos, pero violencia al fin y al cabo. En un par de esas ocasiones he visto carabineros en las cercanías, he ido hasta ellos y les he informado sobre lo que acabo de ver. En algunas oportunidades me han tomado en cuenta, en otras no.
Es un tema difícil, con límites difusos, en el que nadie se quiere involucrar, donde pocos están dispuestos a intervenir, muchos tapan su boca con frases como “no es mi problema” y otros tantos piensan “algo debe haber hecho para merecerlo”.
Partamos por decir que NINGUNA MUJER MERECE SER AGREDIDA NI FÍSICA NI SICOLÓGICAMENTE. Sin embargo, a menudo existe una responsabilidad compartida en la llamada violencia doméstica: uno agrede y el otro “se deja” agredir, ya sea por miedo, por vergüenza, por cariño, por esperanza de que la situación vaya a mejorar o, simplemente, por costumbre.
Un círculo vicioso que muchas veces se da a puertas cerradas -lavando la ropa sucia en casa- y que en bastantes casos se trasmite de generación en generación. Es el círculo de la violencia, donde nadie es culpable, donde no sólo sufre la persona agredida, sino también el agresor, pues al calmarse se arrepiente de haber dañado (física o sicológicamente) a sus seres amados.
Al igual que lo que ha sucedido en los últimos años con el destape de casos de pedofilia, hasta hace poco la violencia contra la mujer era un tema oculto, un asunto del que se hablaba entre susurros, del que nadie sabía y del que nadie quería saber, aunque estaba y sigue estando presente en muchas partes y en todas las clases sociales.
Hoy nos encontramos con una sociedad que comienza recién a abrir sus ojos y lo refleja a través de los medios de comunicación. Me parecen destacables los esfuerzos que está realizando el Servicio Nacional de la Mujer para generar conciencia, con avisos publicitarios de una crudeza nunca antes vista. Más aún considerando las cifras que hay en nuestro país, donde cada semana una mujer muere asesinada por su pareja.
En su columna del diario Las Últimas Noticias (20/11/2007), inspirado en el caso de los tres carabineros que fueron dados de baja por no asistir a una mujer golpeada, Rafael Gumucio minimiza el asunto argumentando que no es el principal vejamen que sufre la mujer chilena, pues se desconocer otros tipos de violencia contra la mujer, situaciones más frecuentes y cotidianas, como las que mueren producto de abortos clandestinos, el hambre que sufren cientos de “jefas de hogar” sin trabajo o el hecho de percibir sueldos menores a los de los hombres. Pero lo “cotidiano” no puede minimizar lo grave.
Por eso discrepo en parte de Gumucio y me enfurece saber que la empresa de seguridad donde se registró el video (que muestra la agresión) tomará represalias contra la persona que filtro estas imágenes a los medios. ¿No debería acaso ser una obligación dar a conocer este tipo de evidencias? ¿No debería ser un delito esconderlas?
Esto resulta paradójico frente a la campaña del Sernam que nos llama a hacer algo. Pero ¿cómo saber qué hacer? ¿Cómo saber en que punto una simple pelea cruza el límite de la agresión? ¿Cómo saber cuál es el minuto justo para intervenir si se es testigo de este tipo de situaciones? ¿Cuál es la mejor manera de hacerlo? Yo no lo sé y quisiera saberlo.
Tal vez el primer paso es mirar, escuchar y hablar del tema sin miedo.
Mañana (jueves 22 de noviembre) a las 20.30 en la Plaza Italia tendrá lugar la marcha “Basta de violencia contra las mujeres” y el domingo 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer.
Parece un buen momento para comenzar a mirar nuestra sociedad como realmente es, mostrar nuestros trapos sucios, lavarlos fuera de casa y secarlos al sol.
“Estás como cabra chica” me dijo Sergio, cuando me vio preguntando cosas y corriendo de aquí para allá en el concierto de Francisca Valenzuela. Era cierto, estaba feliz reporteando para un “medio de verdad” –el diario La Nación- el recital de esta cantante que me gusta mucho.
Para cumplir con la tarea, tuve incluso el honor de trabajar junto a Pamela Albarracin, una talentosísima reportera gráfica. Juntas fuimos dinamita. Nos reímos, observamos, comentamos. Yo disfruté de su trabajo y ella del mío.
Revisamos sus fotos en la boletería del Cine Normandie, para después partir raudas a nuestras casas, ella a procesar imágenes y yo a escribir.
De Francisca Valenzuela puedo decir que es tremenda, que tiene una fuerza que pocas veces he visto y con Pamela decidimos que la odiamos profundamente: es talentosa, toca el piano maravillosamente, canta aún mejor, es guapa, flaca, muy sensual y tiene un carisma a toda prueba.
Anoche siguió con música de la buena. Pedro Aznar y David Lebón (una parte de la banda Seru Giran) en el Centro Cultural Montecarmelo. El show estuvo espectacular y el repertorio más romántico que nunca. Aznar siempre me emociona, pero esta vez supero a todas las anteriores. Ahora fue Ignacio el que escribió para La Nación, casi en directo a través de su fantástico teléfono “supersónico”.
Cerramos la jornada en el Galindo, comiendo pastel de choclo junto a algunos amigos, músicos y técnicos del recital. Un lujo de compañía.
Siempre se me prende el alma cuando comparto con gente talentosa y este fin de semana tuve eso en cantidad. Por eso bailo, canto y brillo, hasta apagar la luz. Buenas noches.
De forma exclusiva para Paloma.cl y poniendo sus ojos en el lugar de los hechos, Hernán Casciari, uno de los miembros del jurado, responde desde Berlín y con un teclado malísimo algunas de mis preguntas.
Hernán es periodista, escritor y fue distinguido con el premio del jurado al mejor blog el año 2005. Me cuenta que llegó ayer martes a Alemania y que se está muriendo de frío, aunque el suertudo tiene una habitación con chimenea.
Además de eso, el autor de Orsai y Weblog de una Mujer Gorda, me explica que lo han encerrado junto a los otros miembros del jurado con mucha comida y cerveza, para que determinen tranquilamente cuáles son las mejores bitácoras en las diversas categorías que considera el concurso. "Mucha cerveza, café y strudel", enfatiza.
"Mientras comían ¿les gritaban para que decidieran pronto?", le pregunto. "No, todo lo contrario, nos tratan como personas muy importantes. Mis 14 compañeros incluso han llegado a creer que lo son. Yo no, porque sólo me preocupa volver pronto a España, pues extraño mucho mi hija", (es un sentimental).
Entendamos que ha sido especialmente difícil para él, porque los miembros del jurado son de todas partes del mundo y se comunican en inglés. Y él… no habla ese idioma. Sólo maneja el argentino, el español y algo de catalán (con acento argentino), gracias a su mujer y a su hija, ambas catalanas. "Hay rusos, iraníes, persas, yanquis, franceses, alemanes, brasileros y... entre ellos, como te decía, dialogan sólo en inglés. Algunos hablan conmigo por lástima". "¿Cómo así?", lo interrogo. "Me dicen cosas fáciles, por ejemplo: pencil, table, good, money. Lo hacen para integrarme ¿sabés?".
"¿Y ahora qué van a hacer?", disparo nuevamente. "Nos soltaron hace un rato y vamos saliendo a comer a un lugar raro, pero hace mucho frío en la calle. En todo caso, hay que decir que la gente de la organización es muy simpática y está todo el tiempo preocupada de que lo pasemos bien... Paloma, no te puedo decir quienes son los ganadores. Lo anunciarán el sábado". "No te preocupes Hernán. En realidad, no importa, puedo esperar".
Tengo una abuela poetisa, se llama Eliana y vive en México. Ella dice que la poesía es tan fácil y es tan difícil. Tal vez porque la poesía es como la vida, porque está en todas las cosas, porque la poesía es un dios.
“Me convidarías un cigarro, chiquita. Toma, a cambio te daré uno de mis poemas”, me dice un hombre en la calle. Cuenta que es un vendedor ambulante de poesía, se llama Homero Castillo Durán y asegura haber vendido más de 90 mil libros en los últimos 30 años.
Por la noche nado de espaldas. La piscina está en un subterráneo y veo los reflejos del agua proyectarse en el techo. Llego al final, giro mi cuerpo y vuelvo con fuerza, con más pasión que técnica. Se siente como volar, como vuelo en mis sueños.
Que poco cuesta la poesía, que poco cuesta encontrarla, como un trueque, como acurrucarse, como nadar en el aire o volar de espaldas.
Sergio me acompaña al paradero, le doy un abrazo grande y a las 8 en punto me subo a la micro rumbo al oriente. Milagro divino, no está muy llena, incluso me puedo sentar. Lo hago y pongo cara de micro, esa típica cara de nada que se usa en la micro cuando uno va solo y no se ha puesto a interactuar con la vieja del lado.
Miro a la gente con desparpajo: un tipo guapo, un tipo feo, un tipo viejo, un escolar. Está muy masculina la micro, como varios aspectos de mi vida donde debo interactuar con más hombres que mujeres, así que me siento a mis anchas y, de pronto, me acuerdo de algo divertido y comienzo a reír. No es un JA JA JA estruendoso, es sólo una sonrisa intermitente, un ataque de risa contenido que escapa sin salir, como esas risas de funeral que uno se guarda en complicidad con otro hasta que salen lágrimas.
Me doy cuenta de que el tipo guapo me mira con interés y que las otras personas que me tienen en su campo visual me observan extrañadas. “No es normal ni aceptable esto en la micro, aquí se debe mantener una estricta cara de nada”, parecen decir. Entonces la situación me provoca más risa aún y aparecen las lágrimas de funeral y comienzo a sentir ese rictus feliz en la cara, ese que duele pero que hace bien.
Cuando me bajo, me doy cuenta de que varios pasajeros me siguen mirando como a un bicho raro por esta sonrisa que continúa pintada en mi cara y, mientras la micro comienza a alejarse, sigo riendo sola y me siento tan bien, me siento feliz porque sí.
Santiago luce extremadamente vacío y los tonos rojizos del atardecer muestran una ciudad bella, de grandes avenidas despejadas y una tranquilidad que parece traída de otra parte. No entiendo muy bien que pasa, hasta que recuerdo que éste ha sido un “fin de semana largo” para quienes se tomaron el viernes “sándwich”. No fue mi caso.
Yo me quedé acá y trabajé el viernes, pero además de disfrutar de las calles despejadas, el fin de semana comenzó el miércoles por la noche, cuando tuve un episodio que me llevó a revivir tantas veladas memorables en el Estadio Nacional. “Mi papá tiene dos entradas para ver a Soda Stereo, pero no podrá ir porque está súper resfriado y yo tampoco puedo, ¿te interesan?”, dijo mi prima al otro lado del teléfono. Partí con una amiga de siempre. Mientras compraba cosas para comer, le expliqué que para mí los recitales llevan aparejado el concepto Pic-Nic.
Desde nuestros asientos vimos el sol ponerse detrás del sector Pacífico y el Estadio Nacional llenarse por completo a medida que se acercaba la noche. “Creo que ya estoy medio vieja para esto, así que no esperes que salte, que grite o que coree las canciones”, le dije a Clarita. Entonces, Gustavo, Charly y Zeta aparecieron en el escenario… “Voy a ser tu mayordomo…” y yo ya estaba gritando, saltando y coreando las letras de este grupo esencial en la banda sonora de mi adolescencia y primeros veintes. Un show espectacular, con un repertorio inmejorable, buen sonido y una iluminación y efectos visuales fuera de serie.
Flash back: 10 años antes. Recital de despedida de Soda Stereo. No sé con quienes fui, supongo que con gente no muy cercana, porque cuando comenzó la música me separé del grupo junto a otra chica que me siguió y comencé a avanzar hacia adelante, entremedio de la multitud que llenaba la cancha. Utilizando una técnica rugbista, aprovechando mi baja estatura y con mucha paciencia, llegué sola hasta la reja. Irresponsablemente temeraria. Y me aplastaron y me mojaron y grité eufórica y Zeta –mi integrante favorito- se acercó a tocar muy cerca del público y yo, subida en los hombros de quién sabe quien, levanté los brazos y volví a gritar y él me miró y me cerró un ojo, y tal vez el gesto fue para nadie, pero yo lo sentí para mí, sólo para mí… Ya era suficiente, hice señas para que me sacaran, la gente de seguridad me pasó por la reja y salí por el lado para volver a la cancha, lejos del escenario. La meta estaba cumplida.
Desde que tenía 12 años fui a muchos y muy diversos recitales en ese estadio, desde Rod Stewart hasta Silvio Rodríguez, pasando por Cindy Lauper, David Bowie, Amnistía Internacional, Gun’s and Roses y tantos más… En varios fui a cancha y repetí la maniobra rugbista, algunas veces con más éxito que otras.
Estaba disfrutando de los recuerdos de juventud, como diría una buena vieja decrépita, cuando Cerati dijo “prendan todo lo tengan”. Y el Estadio Nacional se llenó de luces, como nunca antes lo vi. Ya no era el fuego de los encendedores, sino pantallas de celulares y flashes brillando por todo el lugar. No sólo eso era nuevo, sino que la cancha había cambiado. El espacio estaba dividido en “Cancha” y “Cancha VIP”, por lo que sólo dejaba que unos pocos –que habían gastado mucho dinero- pudieran estar realmente cerca del escenario.
Cerré los ojos y vi nuevamente el guiño de Zeta, la gente aplastándome y miles de encendedores iluminando débilmente el Nacional y supe que ya no basta con ser valiente, ya no basta con luchar, ahora hay que tener, hay que gastar más y más. Por suerte pude ser irresponsable y llegar hasta adelante, cuando aún había tiempo, cuando aún había magia.