Tengo un amigo curador. No tiene que ver con medicina ni con sanar ningún tipo de dolencia física, sino que se trata de un profesional del arte.
Abrí los ojos a este mundo gracias a algunos cursos que tomé en la universidad y, desde entonces, me he fascinado por los temas curatoriales.
Aunque de seguro pecaré de imprecisa, en buen chileno, un curador es el conservador o encargado de un museo o una muestra específica de arte, pero además es una persona que puede diagnosticar tendencias o resignificar una obra modificando el contexto en que ésta se presenta, orientando la relación que existe entre el arte, la obra y el público espectador. Asimismo, puede mantener o modificar los lenguajes existentes, o bien, crear nuevos mensajes artísticos.
En definitiva, para mí el trabajo de los curadores tiene que ver con sabiduría, pero también con magia. Es una vocación y, como la mayoría de las vocaciones, es un trabajo que suele no ser debidamente reconocido.
He tenido la oportunidad de conversar con importantes curadores nacionales y extranjeros, pero lo que más me llena de orgullo es saber que uno de estos personajes, a quien realmente admiro, es mi amigo personal.
Prefiero omitir su nombre aquí para evitarle problemas y, aunque no suelo citar textos de otros, me pareció especialmente significativo uno de sus últimos escritos, por lo que he decidido, con su autorización, compartir parte de este material… Cuando lo leí, más que tirar la esponja, me dieron ganas de gritar.
Él argumenta que la mayoría de los chilenos piensan que no somos habitantes de un país subdesarrollado, sólo porque gozamos de ciertos elementos de estatus primermundistas:
"Para muchos connacionales ser del tercer mundo es algo que existe única y exclusivamente por no estar inscrito bajo los cánones del primer mundo. Nada más. Es una identidad impuesta por los poderosos. No es una condición per se.
Digo todo esto porque me estoy aburriendo de seguir weviando con cosas que no resultan. De buscar financiamiento para restaurar pinturas del siglo XVIII y cachar que a nadie le importa financiar algo que no implique tener a las socilité degustando unos canapecitos.
Estoy aburrido que se llueva el museo donde trabajo. Estoy más aburrido aún de que a nadie le importe nada y que seamos los de siempre los que cargamos con la parte más fea del asunto: mantener funcionando los espacios que estos mismos socialité ocupan para lucirse cuando hay un evento.
El discurso cultural chileno no es María Gracia Subercaseaux, las galerías de Alonso de Córdoba, la pintura de Cienfuegos colgada en el living, los libros importados de Anagrama, las cafeterías del Forestal y los actores de las teleseries.
Eso es mentira. No existe. O al menos no existe en el mundo que no es ABC1.
No quiero vivir en la copia de París como quería Vicuña Mackenna, quiero vivir en un país que tenga claras sus carencias y no se agrandé construyendo Centros Culturales Monstruosos con fines netamente políticos, mientras el resto, la inmensa minoría de historiadores del arte, antropólogos, artistas visuales, bibliotecarios estamos con el agua al cuello en nuestros respectivos quehaceres.
Porque, mal pagados y todo, tratamos de remar en un país en que todo importa una raja y donde la militancia concertacionista es casi el único pase válido para los fondos estatales.
Basta ya de las migajas del FONDART y pongámonos las pilas con una institucionalidad cultural que asegure la continuidad de los proyectos en este pequeño rincón del tercer mundo.
Hoy estoy que tiro la esponja..."