Eso fue hace 12 años cuando el ornitólogo quebecuá Jacques Sirois buscaba un lugar para acampar en Algarrobo.
Mientras realizábamos la tradicional caminata desde el centro al Canelo-Canelillo junto a un grupo de amigos, vimos pasar varias veces al gringo en una bicicleta y, finalmente, lo encontramos descansando cerca de la Isla de los Pingüinos.
Nos contó que venía recorriendo Chile de sur a norte, siguiendo el camino de unas aves para estudiar su comportamiento migratorio y que quería acampar en alguna playa para retomar su viaje al día siguiente.
Le expliqué que no había ningún camping por ahí cerca y que en la casa tenía una pieza desocupada.
Recordé cuando era niña, tocaban el timbre y pedían intercambiar plantas por ropa. "… pero el alojamiento no es gratis, quiero que te quedes, pero a cambio deberás hablarnos de tu vida en Canadá, de los pájaros y de tu recorrido por Chile".
Él estuvo de acuerdo.
Sirois resultó ser un tipo encantador, muy simpático y que tenía historias para quedarse por meses en Algarrobo, pero fue sólo esa noche, cuando mezclando inglés, francés y español, nos habló de la casa que compartía con un amigo… que quedaba junto a un lago… donde el continente se pierde en el norte.
Nos contó de pájaros y de los feroces osos que habitaban el lugar, de cómo cada cierto tiempo visitaban las ciudades sembrando el terror de los habitantes, de esas personas que constituían uno de los grupos humanos con más alto índice de depresión del mundo, por las pocas horas de luz que tenían durante el invierno. Y nos contó mil cosas más de sus viajes y recuerdos, hasta que llegó la hora de dormir.
A la mañana siguiente, muy temprano nos despedimos de él y lo vimos alejarse en su bicicleta. Como mi vida es una teleserie pobre, lo volví a encontrar una semana más tarde en una feria temática en la Estación Mapocho. Conversamos por algunos minutos, nos despedimos con un fuerte abrazo y nunca más lo volví a ver.
Siempre añoro esta historia y la saco del sombrero para todo el que ponga su oído en mí. En eso estaba hace un par de semanas, cuando pensé que con la maravillosa herramienta (Internet) tal vez podría rastrear el destino de este hombre. Y así lo hice.
Encontré muy poca información, hasta que finalmente, tratando de unir los seis grados, le escribí a Susan Eros del Canadian Wildlife Service de Canadá, suponiendo que podía tener alguna pista para contactar a Sirois.
Hoy en mi correo encontré un email de ella donde veo que amablemente hizo la gestión, dice que logró contactarlo y que él la autorizó para que me diera sus datos.
Ahora estoy a poco de volver a contactar a este hombre. La pregunta es qué le puedo ofrecer ahora por sus historias… tal vez le gusten las mías, tal vez prefiera plantas o ropa. Sea como sea, sigo confiando en que el trueque es fecundo.