Yo también lo sabía.
Lo que no sabía es que Daniel Drexler, su hermano, también estudió medicina, también es otorrinolaringólogo y también cambió el delantal por la guitarra… Que sus padres son otorrinolaringólogos también y que el hermano pequeño dejó medicina a la mitad para abocarse a la música.
Supe esto y varias cosas más anoche, mientras bailaba con Daniel, Jorge, los chicos de la banda y la gente de la producción. ¡Qué tal!
Aunque me encontré con mucha gente allá, fui sola al recital. Cuando el espectáculo terminó, felicité a algunos de los músicos a la salida del Teatro Caupolicán y no se cómo terminé en el camarín, menos sé por qué confiaron en mí para recomendarles un lugar para ir a bailar, desoyendo los consejos de las gritonas groupies que aclamaban por un tal Club 21.
“Clandestino”, dije sin dudar. “¿Y cómo está un tal Lujuria?”… “Liguria, se llama Liguria… y es muy bueno, pero ahí no se baila”, respondí.
El dato al margen es que yo casi nunca voy a bailar, menos un día martes, menos aún con mi cantante favorito y su banda.
También yo podría haber sido una groupie en este escenario, pero no me sentí así en ningún instante porque me adoptaron 100% y los amé. Jorge, un poco lejano, silencioso desde la introspección, pero el resto, cada uno un plato distinto, divertidos, juguetones, simpatiquísimos: Vicent (guitarra), Borja (batería), Diego (violín y mandolina), Ignacio (samplers y programación de imágenes), Miguel (contrabajo), Matías (sonido), Daniel (guitarra y voz) y Víctor (encargado de la gira).
Fue de verdad lindo compartir con personas que horas antes me emocionaron desde el escenario. Le dije a Víctor que la buena onda que había entre ellos se transmitía al público durante el show, hablamos también de lo magistral que estuvo Pipo Launer en la iluminación (a diferencia del espantoso iluminador de Johansen), de los arreglos musicales deliciosos, de la virtuosidad de todos los músicos…
Les di dos besos a cada uno de ellos, tomé la manos de Jorge entre las mías para agradecerle por su música, salí del “Clandestino” y me subí al taxi… Moría por quedarme, por seguir bailando pues la música estaba “de pelos”, pero hoy tenía que trabajar, tenía que volver a ponerme mi delantal blanco.