Conocí a Iván y Yanko hace más de una década en una casa donde conversamos con un gran cuadro figurativo-surrealista como telón de fondo. Hasta hoy recuerdo esa pintura por su marcada influencia de Dalí y los delfines espectaculares que mostraba la escena. Desde entonces decidí que me encantaba la obra de Iván Godoy.
Pasó mucho tiempo y lo volví a encontrar junto a Yanko Rosenmann en el jardín de la casa de la Pilo, mi madre. También volví a reencontrarme con la obra de Iván, que en 2003 estaba enfocada en el concepto de la última cena, el pan, el vino, la mesa servida.
Anoche fui al Museo Nacional de Bellas Artes a la inauguración de su muestra más reciente y quedé gratamente sorprendida por la coherencia y la fuerza del trabajo que realizó junto a Yanko.
Se trata de una investigación, de una aventura, de un vuelo arriesgado, emotivo y mágico. Un rescate de la memoria para reivindicar la figura del teniente Alejandro Bello Silva, quien el 9 de marzo de 1914 despegó a bordo de su aeronave para cumplir con la última prueba que le permitiría obtener su título como piloto profesional. Sin embargo, el teniente Bello nunca llegó a su destino en Cartagena y, desde entonces, su apellido se ha usado para referirse a distraídos y extraviados.
Bajé a la sala subterránea del museo. A un lado del espacio encontré una serie maravillosa de 16 cuadros de Iván que simulan pizarrones negros con instrucciones de vuelo, mapas y dibujos de complejas piezas de mecánica aeronáutica. En el medio, 93 retratos de personas desaparecidas o extraviadas y, en la otra mitad, se montó una recreación filmada del último vuelo de Alejandro Bello.
Son cuatro pantallas con grabaciones hechas en un avión biplano desde el casco de piloto (frente), el timón trasero (posterior) y las alas (laterales), lo que permite al espectador sentir que va pilotando y que experimenta “el punto de no retorno” al que llegó Bello antes de convertirse en mito. Como planteó Vicente Huidobro: “los cuatro puntos cardinales son tres: el Norte y el Sur”.
Yanko dice que este es el rescate de una figura patrimonial que se perdió en el cielo desafiando a Newton, “porque no todo lo que sube tiene que bajar”.
Imperdible:
“Bitácora Perdida del Teniente Alejandro Bello Silva”
Museo Nacional de Bellas Artes
Del 21 de marzo al 20 de mayo