Con sus contrastes, los perros por doquier, conversaciones saliendo por ventanas abiertas en fachadas de latón, con los colores más vivos y más viejos, los más limpios y más sucios, con alma de cielo y un cuerpo que está siendo permanentemente reparado... este fue el Valparaíso que salimos a descubrir con James.
“Caminen y piérdanse por los cerros”, fue la primera instrucción que nos dio Chantal, al tiempo que nos mostraba uno de sus tesoros más valiosos entre todas las cosas que ha encontrado en las calles del Puerto: una caja de fósforos muy antigua, que halló en el suelo junto a un contenedor de basura y que en una de sus caras tiene pegado un trozo de papel que dice:
Clavos
Corral
Pollos
De eso se trata Valparaíso, de reparar, de componer, de recibir. Un lugar donde la locura y la diferencia son el patrón común. Un lugar donde el imperialismo intenta destruir el alma de una ciudad más viva que ninguna, logrando sus metas sólo con impudicias absurdas como la construcción de supermercados en barrios históricos, pisoteo de lo derechos de los habitantes en pro de turismo de transatlánticos y el apoyo gubernamental a centros comerciales en una tierra que se presume patrimonio de la humanidad.
Pero como en Valparaíso la diferencia es la norma, estos intentos más que imponerse se ridiculizan a sí mismos, porque lo más importante sigue siendo la diversidad, esa que se vive y se siente en cada curva que toma la “Mirco O”, desde la Avenida Argentina hasta Playa Ancha.
Fotos:
F. Elendil en Flickr
Moni en Flickr
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