Mucha gente esperaba. Sin mejor panorama de viernes por la noche decidí sumarme. Entonces vi a la Marce Infante y a su hijo Emilio que revoloteaba por el museo.
Y nos pusimos a conversar y a esperar y vino un señor y nos dijo: “Ustedes son las últimas de la fila. ¿Podrían decirle a la gente que llega después que no les vamos a dar grabados? ¿Decirles que la fila termina aquí?”.
Aceptamos con resignación la solicitud no optativa de Rafael Munita. Él fue quien se nos acercó, quien en esa versión de Museos de Media Noche tenía a cargo las demostraciones del “Taller 99”.
La historia dice así: en 1956 Nemesio Antúnez comenzó a hacer clases de grabado en su casa, que estaba ubicada en el número 99 de la calle Guardia Vieja. En todo este tiempo la iniciativa recorrió diversos lugares manteniendo siempre el mismo nombre: “Taller 99”.
Ahora, para celebrar los 50 años de esta mítica y mágica agrupación, el Museo Nacional de Bellas Artes está presentando una muestra de este colectivo artístico, pero además en el hall central han dispuesto un área didáctica donde hay personas mostrando cómo “sucede” el taller en vivo. Ellos imprimen tres pequeñas y hermosas matrices de grabados de Nemesio Antúnez, Roser Bru y Lea Kleiner, y las regalan en forma gratuita a los visitantes que hagan la fila.
Pero la fila había terminado y, durante dos horas, me tocó la ingrata misión de informarlo a decenas de personas que se instalaban detrás de mí. “Sabes que si estás haciendo la fila debo contarte que vino un señor a decir que somos las últimas, que no van a dar más grabados, lo siento mucho”. “Sabes que si estás haciendo la fila debo contarte que vino un señor a decir que somos las últimas…”. “Sabes que si estás haciendo la fila…”.
Si estás haciendo la fila; la fila se terminó aquí; si no me crees; ese señor que está allá; no sé por qué; si casi nos sacaron fotos y anotaron los nombres; pueden venir otro día, porque esto sigue hasta el 22 de octubre. ¡Es verdad! ¡La fila termina aquí! ¡No es mi culpa!
Perdí la cuenta de cuanta gente me miró con cara de odio, una niñita se fue llorando y varios insistían en colarse. Tan abnegada e incorruptible fue mi labor, que mis compañeros de fila decidieron que yo merecía algún tipo de reconocimiento.
Aunque no obtuve una galardón ni nada por el estilo, tuve que reconocerle a la Marce que en el proceso había ido sintiendo una cuota placentera de poder, algo como lo que deben experimentar los guardias de discoteques… Un placer bajo, pero placer al fin.
Efectivamente fui la última y recibí de las manos del propio señor Munita un grabado de Nemesio Antúnez. Se llama “La Ronda” y muestra a un grupo de personas formando un círculo, donde nadie es el primero, donde nadie es el último. Sólo faltan los que quieren entrar.