Era medio día cuando crucé la frontera argentina por el Paso Futaleufú. Tras los trámites migratorios, seguí camino y comenzaron a aparecer los pueblos de la
Pampa estepa patagónica. Primero Trevelin y, más tarde, Esquel.
“No… a Bariloche recién tenés pasajes para tres días más”, me dijo la mujer a través de la ventanilla… Otra vez la carretera, otra vez la mochila al hombro, otra vez esperando algo o alguien que me llevara a destino. Entonces recordé varias películas argentinas que he visto en los últimos años y que están ambientadas en la Pampa (o en la estepa patagónica), especialmente “
Historias Mínimas”, de Carlos Sorín.
No me encontré con más religiosos, y los 300 kilómetros hasta la capital del chocolate fue un tiempo sin sobresaltos hasta que la luna más grande que he visto en mi vida me gritó la bienvenida a Bariloche.
Sabía cuál era mi objetivo en esa ciudad y lo cumplí desde las primeras horas: COMER. Mi viaje por Argentina debía ser sobre todo culinario y la variedad no sería fundamental. De hecho pocos elementos marcaron el menú: bife de chorizo, sorrentinos, sorrentinos, sorrentinos, pizza y para tomar, agua o Quilmes. De postre, flan casero con crema y dulce de leche. Eso y nada más que eso. Ahhhh, los desayunos, medialunas con Mendicream o dulce de leche.
Después de tres días, un tur en el busecito de la alegría, playa, caminatas y una visita por el día a Villa la Angostura, decidí partir a San Martín de los Andes, uno de mis lugares favoritos en el mundo.
Me reencontré con mil cosas, desde el terminal, las rosas de los jardines, el centro, la tienda Oveja Negra y otros sitios de artesanía, la feria de la plaza San Martín, el restaurante Taco’s, la silla con forma de mano, los ahumaderos, la playa, Patalibros y tantos otros lugares y detalles, pero lo más importante fue reencontrarme con mi gran y querido amigo Eugenio Leguineche, con quien compartimos historias y nos pusimos al día en los últimos años de nuestras vidas. No tengo dudas, estar con él fue uno de los regalos más hermosos que me dio el viaje, por sus anécdotas, sus preguntas, sus respuestas y su presencia.
Con varios kilos más en mi mochila y en mi cuerpo, dejé territorio argentino rumbo a Temuco donde gasté un trozo de la tarde visitando el mercado y la feria de artesanía de la plaza. El resto del día fue para mi amiga Verónica Aguilera. Era la segunda vez que estaba en la casa de sus padres y llené cada rincón con mil palabras y risas. Claro que los dejé mareados con mi bitácora a viva voz… Pero me disculpé diciendo: “… ese es el problema de viajar sola y no hablar con nadie… No sólo a ustedes, sino a cada persona que encontré dispuesta a escuchar, le di una porción de mi mejor verborrea”…
Verborrea que ya se va apagando, que se aleja a medida que me reintegro a la rutina. Pero la energía… ay… la energía que me dejó este viaje sigue conmigo.
Puerto Montt, Hornopirén, Carretera Austral, Pumalín, Chaitén, Futalefú, Bariloche y San Martín de Los Andes…
Esto es lo que yo llamo sacarle el jugo a las vacaciones.
¡Bienvenido 2006!