Hay cosas que por equivocación pasan y pasan muy bien. Este jueves (6.09.2007) debo asistir a un encuentro de gente vinculada al ámbito de la
arquitectura de información, pero no sé por qué me confundí y pensé que era la semana pasada.
Llegué a las 7 en punto y, como no vi a ninguno de mis contertulios, me senté en la barra y pedí algo para tomar. En una mesa al fondo del lugar y acompañado por tres comensales divisé a
Raúl Ruiz, cineasta chileno que se fue a vivir a Francia donde se ha destacado por una prolífica carrera en el mundo del séptimo arte.
Fui hasta su mesa, me presenté con nombre y apellido, le conté en
parte el proyecto y le pregunté sobre los recuerdos que tenía de la UNCTAD. “Prácticamente no tengo, nunca entré al lugar. Pero dime, qué tienes que ver con el Beco Baytelman”. “Soy su nieta”, respondí. “Ven, siéntate con nosotros”, dijo el señor de los bigotes blancos.
Halagada, acerqué una silla y me sumé a la conversación, más desde el silencio que desde la palabra, tratando de atesorar frases, de fotografiar con la mente los gestos de este hombre emblemático y quienes lo acompañaban: un periodista, el compositor que musicaliza sus películas y un productor de teatro y ópera.
No sé cómo la conversación pasó de mi bisabuela sefaradita que hablaba en ladino (español antiguo), a los vecinos ortodoxos de Ruiz en Francia y, desde allí, a las
tiraduras de casas en Chiloé, tierra del padre y el abuelo del cineasta. Según todos en la mesa era un error cuando se denominaba a estos eventos con el nombre de
Minga (o Minka), pues esa palabra hacía referencia a varios otros tipos de encuentros. “Si hacían falta chalecos, mi abuela invitaba a una minkha de tejer, venían varias señoras, tejían un día entero chalecos para todos y, al final de la jornada, se hacía una comida grande. Un tiramiento, en cambio, es cuando tirada por bueyes una casa se cambia de un lugar a otro, como lo hacía mi padre. Él tenía un carácter complicado y, cuando se enojaba con la gente del pueblo, organizaba una
tiradura y cambiaba la casa a la isla de al lado. Esto lo hizo varias veces”, nos contó Ruiz.
Después de una hora escuchando fragmentos de historias de aquí y de allá, me despedí de Ruiz y sus comensales y abandoné el lugar reprochando mi falta de honestidad por omisión: Ruiz me dijo de entrada que nunca estuvo en la UNCTAD, yo callé que no he visto ni una sola de sus películas. Tarea pendiente.