Hace algo más de 10 años Patricia Verdugo recibió el Premio Nacional de Periodismo y hace 12 -a mediados de 1995- estaba sentada en el auditorio de la Facultad de Derecho de la Universidad Diego Portales, explicando a decenas de alumnos la importancia del compromiso con los ideales, la defensa de la verdad y la justicia y el valor del trabajo hecho con pasión.
Yo estaba allí, escuchando a la autora de libros tan relevantes como “Quemados vivos”, “Operación Siglo XX” y “Los Zarpazos del Puma”, y -en parte por ello- decidí cambiar mi rumbo, de las leyes al periodismo.
Sin duda, desde el punto de vista del servicio social, mi labor ha sido mínima comparada con las luchas de esta mujer; mi valentía diluida en lo cotidiano y jamás centrada en grandes trances históricos; mi compromiso, escéptico, sello de una generación que creció con la caída de grandes ideales.
Pero si algo apareció en mí esa tarde, fue una admiración profunda por quienes se apasionan por lo que hacen y, por ello, la certeza de que es necesario aplicar esa pasión en todos los ámbitos de la vida: en las pequeñas luchas cotidianas, en la relación con los otros, en el derecho a imaginar mundos mejores y en la posibilidad de sufrir y equivocarse y aprender y comenzar con fuerza una y otra vez.
Hoy me enteré de la muerte de Patricia Verdugo y de inmediato visualicé su imagen y su valentía como el opuesto absoluto de algo que he vivido durante los últimos meses.
En forma sistemática, una persona ha dejado comentarios anónimos muy agresivos en cada cosa que escribo, para llamar la atención generando debates absurdos o atacándome directamente. Comentarios que, también en forma sistemática, he borrado. El sujeto en cuestión dirá que son críticas, que está tratando de enseñarme a ser menos autorreferente, a mostrarme el camino correcto de los temas relevantes en los que debo fijarme como mujer, como periodista o como judía.
Menos autorreferente justo aquí, en este espacio personal donde la idea es precisamente hablar sobre lo que me sucede, sobre cómo veo el mundo, sobre cuáles son las cosas que me gustan y cuáles las cosas que me importan. Quiere que sea menos yo, en este lugar que es mi casa, que no es un sitio informativo sino que es un hogar. Quiere agredir mi esencia, y lo hace, sin dar la cara jamás, moviéndose entre las sombras, al amparo cobarde del anonimato.
No entiendo por qué, si le disgustá tanto lo que digo, está siempre pendiente de mis palabras, siendo uno de los primeros en comentar. Pareciera no tener vida propia y moverse empujado por la envidia de lo que no puede o no se atreve a tener.
Creo que soy una buena persona y que no merezco agresiones gratuitas ni ataques de ningún tipo.Para saciar su apetito, puedo decir que si este individuo quiere dañarme, ya lo hizo, si quiere amedrentarme, también ha avanzado en ello, pero no lo logrará del todo, porque lo conozco.
Su figura es tan reconocible, es la misma de los niños que acosan a sus compañeros en el colegio escribiendo en la pizarra algo que los ofenda y, cuando grandes, hablan de sus compañeros de trabajo a sus espaldas; es la misma figura de los torturadores que se sienten poderosos frente a sus víctimas vendadas; es la figura de los mediocres, de los amargados, de los que, incapaces de sobresalir por sí mismos, vuelcan sus frustraciones en quienes sí tienen capacidad de goce. Son personas que fueron ignoradas o abusadas y que, en lugar de crecer en forma positiva a partir del dolor, alimentan el círculo del maltrato, descargándose en otros, en aquellos que pueden transitar por la vida felices, aquellos que tienen algún talento.
En mi caso, sé que no gozo de un intelecto superior, ni de capacidades como las que tuvo Patricia Verdugo, pero hace mucho valoro como única mi forma de ver el mundo, la disfruto y me gusta compartirla.
Bienvenidos son los amigos, los que imaginan mi voz a medida que leen y se ríen o se emocionan. Bienvenidos también los que están en desacuerdo y vienen dispuestos a exponer sus ideas y críticas con respeto y dando la cara.
Usted, el cobarde, el mediocre, el agresor, el hijo del abuso y la tortura, no es bienvenido en mi casa, así que váyase a otra parte o abra su propio blog para volcar allí su rabia contra el mundo. Pero déjeme decirle que nunca logrará tener un hogar como éste, porque para eso se necesita luz, algo que usted no tiene y que jamás tendrá.