miércoles, noviembre 29, 2006

Taller Ciclo Canto Libre



"Canto Libre" es mi canción favorita de
"Lonquén", el nuevo disco de Francesca Ancarola



martes, noviembre 21, 2006

Viejas piluchas, piluchas viejas

La sigo por el pasillo blanco y recuerdo esas películas donde muestran a las personas cuando llegan al cielo. Perfecta y pulcra, camina, dobla y sigue hasta una puerta que abre invitándome a pasar. Mientras me recuesto en la camilla, siento aromas terapéuticos y sonidos de bosques orientales. Son las tres de la tarde del domingo cuando comienza el masaje, uno de los puntos mágicos de mi día de SPA. Fue uno de mis mejores regalos de cumpleaños, algo que nunca había hecho… la oportunidad de sentirse reina por un día.

El concepto SPA viene de la época del Imperio Romano cuando los ejércitos volvían de las batallas y, buscando la forma de renovar su fuerza y bienestar, se sumergían en pozos de agua caliente. A este tratamiento lo llamaban “Sanus Per Aquam”, es decir salud por el agua.

Así fue que la guerrera, luego de 30 años de ardua batalla, llegó a reponer energías a este lugar de dioses, pero sobre todo, a este lugar de piluchismo. Yo que, vistiendo mi traje de baño, había disfrutado por horas de la piscina, las burbujas, las corrientes de agua tibia y los saltos por un tobogán, fui a la recepción donde me informaron que para la etapa siguiente tenía que vestir una diminuta sábana y nada más.

Después del masaje y los primeros minutos de pudor, me di cuenta que el espacio del SPA donde yo estaba era sólo femenino y que había mujeres desnudas por doquier. Piluchas viejas y viejas piluchas. Piluchas gordas y piluchas flacas, todas distintas pero igualmente desnudas, hermanas en el piluchismo.

Adopté esta nueva religión como mi norte de vida y me desprendí de la pequeña sábana, para exponer mi cuerpo al placer del sauna, del baño de vapor, de las duchas de agua fría y de una pequeña piscina más fría aún. Seguí los consejos de las piluchas viejas y dejé que las encargadas me dieran más toallas o pusieran mis pies en recipientes con agua tibia, mientras yo leía una revista de modas. En una apacible terraza tomé sol desnuda, siguiendo el camino del piluchismo con gran placer y un hondo sentimiento de libertad.

Luego, en la sala de descanso, dormí una buena siesta, al ritmo de la música de bosques orientales, con el aroma de esencias en el fondo. Sólo desperté para seguir el rito de las piluchas, que pasaban del frío al calor y del calor al frío. Acostada sobre la madera del sauna, descubrí una y otra vez como brotaba espontáneo el sudor en mi piel y como esas gotas me liberaban de toxinas del cuerpo y del alma.

Al final del día, me despedí y, al igual que las otras piluchas, salí del lugar con mi ropa puesta a reencontrarme con la sociedad vestida que me esperaba en la calle.

martes, noviembre 14, 2006

El viaje

Soñé que estaba en un aeropuerto; preocupada porque iba a un lugar frío y no llevaba mucho abrigo, pero sabía que, de algún modo, me las podría arreglar; iba con gente que quiero; me complicaba entera en Policía Internacional con tantas preguntas, pero finalmente lograba pasar.

Desde Madison, Sole me dice que es un sueño bello. Que significa que estoy en tránsito, cambiando, creciendo. De verdad es muy curioso, porque hace tiempo no tenía un sueño que hable tan bien.

Si pongo atención veo claro que dice cosas sobre los cambios que vivo y los que quiero vivir; que sé que puede ser difícil; que no contaré con todo lo que necesito en un principio; pero que también sé que me las puedo arreglar; que el viaje será algo complicado, pero que voy con la gente que quiero.

Todo eso y más dice en tan pocas líneas.

¿Cómo es tu viaje?


*Foto de Leo Prieto

lunes, noviembre 06, 2006

Un poco de Tela

Desde siempre había querido tener una máquina de costura. Sí, como una mujer antigua o una mujer moderna, pero a la antigua.

Ahorre unos pesos por acá, otros pesos por allá y, hace una semana, compré Mi Primera Máquina de Coser… Ahora había que aprender, porque yo de costurera nada. Mi prima Daniela la miró un buen rato y me dio las primeras instrucciones sacadas del catálogo y de sus recuerdos como diseñadora-amateur-adolescente. Cosimos una tela para todos lados, probando las distintas puntadas y nuestra falta de habilidades en la materia.

El sábado mi hermana Gabriela cumplió 15 años y nuestra madre –maravillosa y copiona- le regaló una máquina de coser y me dio la idea de que yo le diera como presente algunos insumos para que ella pusiera en marcha su creatividad quinceañera. Está demás decir que Gabi tiene mucha más onda y estilo del que yo tenía a su edad y que posee grandes habilidades para los trabajos manuales, en cambio yo poseo sólo muy buenas ideas, pero otra cosa es con guitarra… O, en este caso, con máquina.

Así, con dos máquinas y todas mis ideas en la cabeza, partí a la calle Independencia, donde se encuentran muchas tiendas de telas y cordonerías (mercerías). Caminé un buen rato, pasando por la Vega Central, con todos sus olores a frutas, verduras, carnes rojas y pollo, hasta divisar los primeros galpones con carteles de “Retazos”, “Oferta”, “Saldos”, “Telas por Kilo”, “Liquidadora”, “Tapices” y “Saque su número para ser atendido”.

Compré de todo: tela lisas, tela con lunares, tela de rayas, telas en cuadrillé, tela de jeans, tela de gasa, tela de tul, tela de acolchar y tijeras, alfileres, tizas de colores, metro de palo, guincha de medir, dedales, cintas e hilos.

Se me fue la mañana y la hora de almuerzo entre colores y texturas, y llegué al postre a la casa de mi madre, cargada con un gran regalo envuelto en tela para la cumpleañera quinceañera. Sus ojos se iluminaron igual que los míos mientras escogía cada cosa para ella y para mí, porque compré todo por dos.

Entonces nos pusimos a probar su máquina, peleamos y gritamos por quién ponía el hilo. Cuando al fin logramos que funcionara y estábamos dando las primeras puntadas, la pasaron a buscar. “Guarda todo tú, por favor”, me pidió la más pulcra de mis hermanos. Doblé cada tela, guardé los detalles y la máquina con amor.

De vuelta en mi casa me puse a coser en mi máquina y seguí peleando con la aguja y las puntadas, planchando dobleces, enviciada con los avances, pero sola… Sola hasta que terminé una cartera, con forro y todo.

Ahora somos mi cartera, la máquina y yo… Y soy feliz, porque puedo coser.