Desde siempre había querido tener una máquina de costura. Sí, como una mujer antigua o una mujer moderna, pero a la antigua.
Ahorre unos pesos por acá, otros pesos por allá y, hace una semana, compré
Mi Primera Máquina de Coser… Ahora había que aprender, porque yo de costurera nada. Mi prima Daniela la miró un buen rato y me dio las primeras instrucciones sacadas del catálogo y de sus recuerdos como diseñadora-amateur-adolescente. Cosimos una tela para todos lados, probando las distintas puntadas y nuestra falta de habilidades en la materia.
El sábado mi hermana Gabriela cumplió 15 años y nuestra madre –maravillosa y copiona- le regaló una máquina de coser y me dio la idea de que yo le diera como presente algunos insumos para que ella pusiera en marcha su creatividad quinceañera. Está demás decir que Gabi tiene mucha más onda y estilo del que yo tenía a su edad y que posee grandes habilidades para los trabajos manuales, en cambio yo poseo sólo muy buenas ideas, pero otra cosa es con guitarra… O, en este caso, con máquina.
Así, con dos máquinas y todas mis ideas en la cabeza, partí a la calle Independencia, donde se encuentran muchas tiendas de telas y cordonerías (mercerías). Caminé un buen rato, pasando por la Vega Central, con todos sus olores a frutas, verduras, carnes rojas y pollo, hasta divisar los primeros galpones con carteles de “Retazos”, “Oferta”, “Saldos”, “Telas por Kilo”, “Liquidadora”, “Tapices” y “Saque su número para ser atendido”.
Compré de todo: tela lisas, tela con lunares, tela de rayas, telas en cuadrillé, tela de jeans, tela de gasa, tela de tul, tela de acolchar y tijeras, alfileres, tizas de colores, metro de palo, guincha de medir, dedales, cintas e hilos.
Se me fue la mañana y la hora de almuerzo entre colores y texturas, y llegué al postre a la casa de mi madre, cargada con un gran regalo envuelto en tela para la cumpleañera quinceañera. Sus ojos se iluminaron igual que los míos mientras escogía cada cosa para ella y para mí, porque compré todo por dos.
Entonces nos pusimos a probar su máquina, peleamos y gritamos por quién ponía el hilo. Cuando al fin logramos que funcionara y estábamos dando las primeras puntadas, la pasaron a buscar. “Guarda todo tú, por favor”, me pidió la más pulcra de mis hermanos. Doblé cada tela, guardé los detalles y la máquina con amor.
De vuelta en mi casa me puse a coser en mi máquina y seguí peleando con la aguja y las puntadas, planchando dobleces, enviciada con los avances, pero sola… Sola hasta que terminé una cartera, con forro y todo.
Ahora somos mi cartera, la máquina y yo… Y soy feliz, porque puedo coser.