Frente a la Plaza de Armas tomé la 227 rumbo a la Plaza Italia. Sabía que era tarde, pero guardaba la esperanza de escuchar a
Miguel Bosé o, por lo menos, que nos cruzáramos al terminar el show. El me miraría, yo lo miraría, y el flechazo sería inmediato. Ja ja ja.
Iba riendo sola, disfrutando de mis fantasías, cuando el chofer se detuvo en una luz roja en la esquina de Merced con José Miguel de la Barra. Miré por la ventana y lo vi en el paradero. Allí, esperando micro, como cualquier mortal, con challa en el pelo y monedas en la mano estaba
Osvaldo Puccio, el ministro secretario general de Gobierno.
“Pare”, ordené al conductor cuando se disponía a seguir su rumbo. Me bajé y caminé hacia el paradero. “Ministro, lo vi esperando micro y tuve que bajarme para saludarlo y para decirle que encuentro muy curiosa esta situación. Mi nombre es Paloma”, concluí mientras estrechaba su mano.
“Hola Paloma”. “Sí, siempre ando en micro”. “Porque me gusta”. “Sí, tengo un auto con chofer, pero uno se pone tonto si anda tanto en auto. Me gusta estar en la calle, ver a la gente, tomar el metro o la micro, siempre lo hago”, respondía Puccio a mis preguntas, mientras yo miraba su cara de niño travieso sintiendo que me caía cada vez mejor.
“Es que llegué al acto de cierre de la campaña de
Bachelet muy temprano y tengo que ir a una comida ahora”. “No, no tengo idea si ya cantó Miguel Bosé… es que yo soy muy re huevonazo para esas cosas”. “Ha sido muy buena mi experiencia como ministro... claro que es un ministerio muy demandante, que no para, hay que estar en todo”. “Sí, antes de ser ministro fui embajador en Austria y Brasil. Experiencias maravillosas”, siguió respondiendo a la curiosidad de la transeúnte-reportera.
“Ministro, lo dejo, porque me quedé sin sencillo, así que debo seguir caminando si quiero llegar a ver el final del show”. “Ven, yo te presto”, me dijo y nos subimos juntos a otra micro. Los pasajeros lo saludaban amistosos, no había asientos y seguimos conversando de pie. Él respondía con la mano a la gente que le gritaba desde la calle y con historias entretenidas a mis preguntas. “Es fuerte esto de la tele… la imagen de uno que se crea en las personas”, me comentaba Puccio. Me contó que incluso le pedían autógrafos o lo paraban para sacarse fotos junto a él usando la cámara de un celular.
Llegué a Plaza Italia cuando el show se había acabado y Bosé ya no estaba, pero el saldo de la jornada fue positivo y tenía la cara llena de risas por la anécdota. Fue entretenido conversar relajadamente con alguien que tiene que ver con la contingencia dura del país y, sin embargo, se da permiso para ser una persona simple, despedirse con un beso en la mejilla y seguir su rumbo, el rumbo de un ministro en la micro.