Mozambique es un país que está en el sureste de África y que fue colonia de Portugal hasta 1975. Allí viven unos 18 millones de personas y la esperanza de vida al nacer no supera los 40 años. En ésta, una de las 10 naciones más pobres del mundo, vive el Padre Roberto Guzmán (Kwenda). Es misionero. (Up date: sí el Padre Guzmán es chileno).
Cuando era chica siempre tuve la fantasía de ser misionera en África. Ahora no sé si sería capaz de concretar algo así, pero admiro profundamente a la gente que tiene el valor y la oportunidad de hacerlo.
Hace algunos días leí una carta que Padre Guzmán escribió el año 2003 contando de la situación en Mozambique y, más precisamente, de la realidad de Maringwe, poblado donde él vive. Encontré un email y decidí escribirle.
Hoy recibí un maravilloso regalo de cumpleaños: la respuesta del padre Guzmán desde Mozambique. También me mandó la carta que cada cierto tiempo envía a sus amigos y conocidos para contar sobre lo que pasa por esos lados. El último envío tiene mucho de magia y trozos de la belleza ancestral de los pueblos, belleza que se mezcla con la pobreza más brutal. Aquí dejo dos extractos de sus sobrecogedores relatos, en que cuenta experiencias que tuvo al visitar localidades cercanas, y una ventana por si quieren asomarse a conocer más sobre los amigos chilenos de Mozambique: www.mozambique.cl
“… Pasada la medianoche me desperté con cantos y melodías nunca escuchadas, hermosísimas. Algo así debe haber oído Ulises en medio del mar, y creo que no estoy exagerando. Con los ojos cerrados y en duermevela escuchaba los cantos acompañados de rítmicos pasos de danzas a pie descalzo sobre la tierra y a corta distancia de la machessa donde yo descansaba. Seguían y seguían; era la repetición de sólo tres palabras en un juego melódico de diversas tonalidades y en una escala musical distinta a la nuestra… Después de largo rato me atreví a abrir los ojos y sigilosamente indagar, siempre con un temor a romper la magia del momento. Estaba la noche clarísima de Luna y la escena me apareció fantástica: unas doce mujeres viejas, adultas, jóvenes y niñas danzando en un circulo que abrían y cerraban hacia atrás y adelante dando vuelta al ritmo de ágiles y complicados pasos con energía incansable y al canto como de viento que juega y que lo envolvía todo en una magia mística. Era el mismísimo ritmo de la Luna. No había edades, había comunión. Eran las brujas cantando, un aquelarre bellísimo de la fuerza femenina… Era como si supieran y se transmitieran riendo entre ellas el misterio de la vida. Como que el tiempo no pasara y lo supieran todo. Expresaban la alegría del conocer sin palabras y de una conspiración creativa y creadora en esa canción siempre la misma y siempre cambiante… Esas mujeres cantaban y danzaban pasada la medianoche después de haber estado en el campo trabajando, recogiendo, cortando y cargando leña, en el río lavando ropa y llevando bidones y cántaros de agua a la casa distante, después de cocinar y hacerse cargo de niños sanos y enfermos… la mayoría de ellas no es que no sepan, sino es que no se pueden siquiera imaginar lo que es un teléfono, ni pensar siquiera que pueda existir algo así… y de comunicación ellas sí que saben. Algo que a nosotros se nos está olvidando…”
“… Me encontraba en Maeka alentando y apoyando la excavación del pozo de agua que nos fue prohibido por el gobierno el año pasado, con amenazas de cárcel y hasta de muerte. El agua no se puede prohibir. Este año no se atreverían a hacer lo mismo. Pero los campesinos tenían miedo y estaba yo ahí para respaldarlos y hacer frente juntos a lo que viniera. Comenzábamos la jornada cada día temprano haciendo juntos la oración de la mañana y terminábamos a la puesta de sol con la oración vespertina y la bendición sobre cada uno de los que había trabajado. Vinieron acercándose los vecinos a mirar incrédulos, y fueron finalmente más de 30 los hombres que ayudaron en turnos de a 4 en la excavación del pozo que tiene más de 10 mts. de profundidad y hoy abundante agua. No puedo negar que yo también sentía miedo, y cuando el jefe local partió a denunciarnos a las autoridades estábamos todos a la expectativa y no paraba yo de pasearme y rezar un rosario tras otro. Fue un gran retiro para mí. Las autoridades dijeron “déjenlos, ...a ver si van a encontrar agua..!”. El buen suceso que tuvimos alentó también a un hombre de una aldea cercana a comenzar a cavar su propio pozo en casa. La buena noticia fue expandiéndose por las comunidades. Estamos muy contentos. La noche antes de venirme a Beira llegaron dos cartas de las comunidades de Nzangwe y de Nyakalinde contando que ya habían cavado sus pozos y necesitaban ayuda en cemento para los trabajos de asegurarlos con anillas y ladrillos. Considerando que hay 3 pozos más en excavación, me veo absolutamente sobrepasado de trabajo con mi única bicicleta como medio de transporte. Faltan manos en Mozambique…”