“Eres española”, me preguntan con frecuencia. “No, es que tengo los dientes separados y tal vez por eso seseo un poco al hablar”. La mayoría de las veces el interlocutor insiste en esto, asegurando que tengo un acento extraño. ¿Será verdad? Imagino que es como cuando uno tiene tics o modismos raros, de los que nunca se ha dado cuenta y que los cercanos no te comentan, porque están muy acostumbrados o bien porque temen hacerte sentir mal.
Creo que me gusta más pretender que soy de un lugar cuando estoy de visita y eso se disfruta especialmente en los taxis, micros y colectivos. Llevar un par de días en Argentina y discutir con el taxista la ruta a seguir para no sentirme timada, lo que casi siempre me resulta fatal, aunque se siente rico. “Vamos a Palermo. Tome Soler y después Juián Álvarez a la derecha”. “Ché, no se puede tomar Julián Álvarez a la derecha”. Discuto un poco, me doy por vencida, el chofer tiene razón, pero al menos lo intenté. A otro, que de verdad me quiso cobrar de más haciéndose el que no conocía las calles y que no lograba ver el mapa porque estaba corto de vista, le di de su medicina cuando me dijo que tenía que comprarse una lupa para ver las callecitas. “Había pensado en pasar a una librería, pero ya es muy tarde, vos no sabés dónde podré comprar una lupa”. Feliz porque logré que creyera que era una chilena que vivía en la ciudad, le dije saboreando la venganza: “en un quiosco”. “¿En un quiosco? ¿Vos creés?”. “No creo, estoy segura, hoy por hoy en un quiosco puedes encontrar de todo”, aseguré haciendo un guiño a un post de Orsai, riéndome en silencio con una broma que sólo yo entendí y disfruté.
Pero la delicia máxima es cuando piensan que eres de allí, sin que te lo hayas propuesto. “Voy a la subidita que hay junto al Restaurant La Olla”, dije a un colectivero en Puerto Varas. Entonces comenzó a hablar sobre cosas que sólo tendrían sentido si yo fuera de ahí. “No cree que ya está bueno de esos arbustos que afean tanto ese hotel”. “Sí claro”, respondí. “Porque vio esas máquinas que compraron en la Municipalidad, deberían usarlas para esto”. Después siguió comentando el clima y me preguntaba si yo podía recordar si para el dieciocho pasado había llovido a principio de mes, y que en las fiestas había estado lindo, o si había sido al revés”, contesté con la seguridad de una mentirosa novata pero orgullosa, que las últimas fiestas patrias, el cielo estaba azul y que en 2007 era cuando el cielo se había rajado lloviendo. ¡Qué placer!
Lo sé, sé que es rarísimo. Supongo a que se debe a esas ganas de ser de todas partes. O al menos de los lugares en los que me siento a gusto. Lo de española en mi propia tierra es más raro aún, supongo que me agrada por ese gustillo de decadente glamour.