Entonces, luego de chatear por largos minutos o incluso horas, se van creando lazos anidados en nichos transparentes, con mucha verdad o mundos imaginarios. Lazos que van poblando días, semanas, años, hasta que surge la imperiosa necesidad de mirarse a los ojos, darse un beso en la mejilla, tomarse las manos o mucho más.
Escuchamos cosas terribles, como mujeres que viajan a otros países y terminan siendo descuartizadas por un hombre idealizado al que amaban con locura. En lo cercano surgen historias más simples y bondadosas de amores profundos que duran mucho tiempo y otros donde la química faltante termina por diluir naturalmente las ilusiones creadas; amistades que se concretan y llegan a ser de una complicidad deliciosa y otras que mueren al verse expuestas a la realidad.
Hay de todo y de todo me ha tocado pues por más de 10 años he llevado una vida paralela, una vida profundamente virtual.
Inquietantes e incómodos son los primeros minutos con ese otro al que estábamos seguros de conocer tanto y que ahora, de cuerpo presente, no sabemos bien como tratar. El ritmo de las palabra es distinto, tal vez más cercano, tal vez a destiempo. Así se van re-articulando los lazos, mientras creamos un diagnóstico que surge inevitable sobre el quiebre o concreción de un hechizo.
Es raro todo esto, es raro y difícil. Supongo que con la tranquilidad que entrega el pseudo anonimato de lo virtual, uno va perdiendo la capacidad de relacionarse con relajo en el mundo tangible.
Pero asumo el riesgo de romper la magia. La incertidumbre puede ser tan bella para algunos, como insoportable para mí.
*Foto de Ignacio Rodríguez