lunes, octubre 25, 2004

Entre la Virgen y Otelo


Mientras el estrés derivado del cambio de casa y sus últimos detalles va creciendo en su etapa final, pude asistir a dos panoramas culturales que tenía pendientes y había calificado con el carácter de imperdibles.

Pues bien, el sábado llegué hasta el Museo de la Merced, para asistir a la visita guiada que recomendé en un post anterior.

Realmente es muy satisfactorio presenciar un trabajo tan bien hecho. No sólo la visita fue maravillosa, sino además me encontré con que la restauración del museo fue hecha con gran pulcritud y un estilo excepcional.

Quiero detenerme para explicar que la Museografía es el área que dice relación con la teoría y práctica de la instalación de museos y abarca aspectos tales como los requerimientos técnicos, funcionales y espaciales, la circulación de los visitantes y la conservación del material exhibido. Asimismo, se ocupa de la forma estética en que son presentados los objetos, para un mejor aprovechamiento de la transmisión del mensaje de cada obra.

Pues bien, la museografía que consideró la restauración del recinto es excepcional: cada sala posee un trabajo de reconstrucción y rescate de la estructura original del recinto, a la vez que juega con elementos de la arquitectura e interiorismo modernos; para cada una de ellas también se cuenta con iluminación especialmente trabajada para las obras que allí se exhiben y música acorde con la muestra de la sala.

Sin contar el espacio donde se expone parte de la colección pascuense, el programa del museo considera tres salas. La primera de ellas da cuenta de la creación de la orden y la llegada de los Mercedarios a América, la segunda está dedicada a la Virgen de la Merced y su representación en el mestizaje artístico, mientras que la tercera exhibe una singular colección de fanales decorativos con imágenes del Niño Jesús.

El guía nos mostró además el descanso de la escalera, donde hay representaciones de cristos en la cruz y santos, en tallas completas e imágenes de vestir; una galería con retratos de los Reyes de Israel y la Basílica de La Merced, donde se encuentra uno de los púlpitos coloniales más importantes de Chile. Tallado con figuras alegóricas de los evangelistas (el águila, el toro, el ángel y el león) la pieza del Siglo XVIII se atribuye al tallador Jorge Lanz. Una verdadera joya que vale la pena ver.

Si bien el museo se puede visitar en forma gratuita de martes a sábado, la visita guiada es una gran oportunidad, más todavía considerando que los guías son personas muy instruidas en el ámbito del arte colonial. La última oportunidad es este sábado 30 de octubre a las 11 de la mañana… el valor, sólo mil pesos. Tampoco puedo dejar de mencionar el pequeño jardín encantado y su bello café.

El segundo panorama fue retomar nuestras idas al teatro. La obra… Otelo, el clásico de William Shakespeare, cuya traducción y adaptación fue realizada por el escritor chileno Jaime Collyer. En una versión muy entretenida y digerible de esta pieza sobre los celos, me parecieron especialmente destacables las actuaciones de Willy Semler, en el papel de Yago, y Paulina Urrutia como Desdémona.

Pero por lejos, lo que más me gustó fue la escenografía desarrollada por Monserrat Catalá, que de forma muy simple logra evocar múltiples atmósferas, gracias también al notable trabajo de iluminación.

lunes, octubre 18, 2004

Se vende este monumento

Bajando por la calle Tarapacá en dirección al poniente, todas las mañanas en el cruce con Santa Rosa, llamaba mi atención una casona roja de aspecto colonial. Es la Casa de los Diez. Eso era todo lo que sabía, hasta que en su fachada vi un gran cartel que dice “Se Vende”.

Me preocupé, porque en mi época universitaria veía como unas cuadras más abajo, en el barrio Ejército, se demolían viviendas de principios del Siglo XX de gran influencia francesa, que daban un estilo inconfundible a la zona. Las botaban para repoblar el centro de Santiago. La renovación urbana me parece una buena iniciativa, pero sólo cuando se practica con criterio, lo que no era el caso.

Comencé a investigar, hice algunas llamadas telefónicas, un poco de navegación y me encontré con datos muy interesantes.

Cabe destacar que pese a la loable labor de un puñado de arquitectos, artistas y otros profesionales, Chile es uno de los países de la región que menos resguardo ha tenido de su patrimonio arquitectónico, hecho del que se salvan unas pocas construcciones que por su valor arquitectónico, histórico o cultural, han sido designadas como monumentos y no pueden sufrir grandes modificaciones estilísticas ni estructurales.

Pues bien, la Casa de los Diez es monumento y no la pueden botar. Averigüé y efectivamente es posible su venta, pues la propiedad pertenece a un privado, también me contaron que cuando se vende un monumento la primera opción de compara la tiene el Estado. ¿Qué ocurre? El Estado no tiene dinero para comprarla, así es que no le interesa. Sigue a la venta.

Asimismo me di cuenta de mi error, esta no es una construcción de la época de la Colonia, sino que fue hecha mucho después (en 1850), corresponde al estilo Neo Colonial y a principios del Siglo XIX fue remodelada.

Un poco de historia. En 1916 un conjunto de intelectuales se autodenominó Grupo X y como Douglas Coupland aún no pensaba en nacer, muchos no entendieron que se referían al símbolo que grafica las incógnitas matemáticas, a la equis, y pensaron que era un número romano, por lo que los llamaron el Grupo de los Diez. Tampoco coincidía con la cantidad de integrantes pues eran 11. Sí, 11 de los más connotados artistas e intelectuales de la época, que encontraron en esa casa su lugar de reunión.

Esta hermandad estaba integrada por Juan Francisco González (pintor, 1853-1933), Manuel Magallanes Moure (poeta, 1878-1924), Julio Bertrand Vidal (arquitecto, 1887-1918), Pedro Prado (arquitecto, 1886-1952), Alberto Ried (1884-1965), Armando Donoso (crítico literario, 1886-1946), Acario Cotapos (1889-1969), Alberto García Guerrero (músico, 1886-1974), Ernesto Guzmán (poeta, 1877-1960), Eduardo Barrios (escritor, 1880-1950) y Augusto D´Almar (escritor, 1880-1950).

Arquitectura. La Casa de los Diez sigue la distribución propia de las construcciones coloniales, con un esquema de tres patios, corredores y un gran portón al centro de la fachada. Durante 1924, Fernando Tupper, arquitecto muy ligado al grupo, proyectó la remodelación de esta antigua casa de su propiedad, para que sirviera de lugar de reunión al colectivo, tarea en la que participaron todos sus integrantes. La torre de 19 metros de altura fue diseñada por el arquitecto alemán Rodolfo Brünning; Alberto Ried esculpió uno a uno los capiteles de diez columnas que rodean el patio románico; Julio Ortiz de Zárate intervino el pórtico y la puerta de cedro y Pedro Prado diseñó en hierro forjado la reja que enfrenta la calle.

Aunque según los entendidos en la materia, la Casa de los Diez no tiene un gran peso desde el punto de vista de la arquitectura, su valor histórico y cultural la llevaron a ser declarada Edificio de Conservación Histórica en 1997, de acuerdo con la Ley General de Urbanismo y Construcciones.

Pues bien, tenemos aquí una magnífica propiedad que continúa a la venta (1110 metros cuadrados en pleno centro de la capital, por la módica suma de $600 millones de pesos o un millón de dólares). Cabe señalar que no cobro comisión por mi labor como comunicadora-corredora de propiedades patrimoniales. Pero si aparece un mecenas, la compra y la convierte en un centro cultural y me nombra directora para que organice las muestras y eventos… No me enojo. ¿Algún interesado?

lunes, octubre 11, 2004

Encuentro en la Estación

Hoy murió Christopher Reeve. Yo lo conocí.

He escrito y contado muchas veces esta historia y seguramente hoy no tendrá tanta gracia como en oportunidades anteriores, pero haré “my best try”, como dicen los gringos.

A principios de 1994 me encontraba viviendo en Pikesville, un pequeño pueblo cercano a la ciudad de Baltimore, a una o dos horas de Washington D.C. Me había armado un auto intercambio estudiantil: me fui a vivir a la casa de mi tío Daniel e iba al Pikesville High School. Toda una experiencia.

Cada viernes después del colegio partía a Baltimore, allí compraba un “round-trip ticket”* y tomaba el tren a Washington D.C., ciudad donde vivía una de mis mejores amigas, Trini La Memoriosa.

Allí pasaba los fines semana, salíamos a pasear por Georgetown, veíamos el río congelado y visitábamos otras partes de la ciudad. Los domingos volvía a la Union Station a esperar el último tren de regreso a casa, siempre con mucha anticipación, pues las primeras veces perdí el tren y me tuve que quedar donde la Trini hasta el día siguiente.

En eso estaba una lluviosa tarde de febrero… sentada esperando. Comencé a mirar una larga fila de gente que se había acumulado para comprar un ticket quién sabe a dónde… la espera estaba muy lenta, pues la fila casi no avanzaba.

Entonces lo vi. Era uno de los últimos. Estuve contemplando mucho rato, para asegurarme de que era él. Mi ídolo de la infancia y la adolescencia. El hombre perfecto y bello de “Pídele al tiempo que vuelva” y “Súperman”. No estaba segura, porque tenía su pelo rubio y un poco canoso y estaba vestido de forma muy sencilla: unos jeans beige claros, botas de agua hasta la rodilla y una parka azul.

Seis años antes Christopher Reeve vino a Chile para entregar su apoyo en una serie de actos que fueron organizados, bajo el lema de “Artistas por la Democracia”. Creo que él en esa oportunidad había estado muy cercano a mi tía Shlomit. Incluso, aunque yo tenía sólo 12 años, ella me llamó para invitarme a una fiesta, en la que iba a participar. Yo quería conocerlo sí o sí. Pero a esa edad, uno propone y mamá dispone. Ante toda una semana con amigdalitis y temperatura superior a los 39º grados, la respuesta de mi madre fue una negativa rotunda.

Pero ahí estaba yo, en la estación y a cada minuto más segura. Sí era él. Esta era mi segunda oportunidad en la vida para conocerlo y no la iba a desaprovechar. Entonces puse en marcha mi lema de vida. (“No hay nada peor que arrepentirse de algo que no se hizo”), tomé mi mochila, caminé hasta la fila, me detuve a su lado y le toqué el brazo.

- Disculpe, puedo hacerle una pregunta – Le dije en mi aún chapurreado inglés.
- Por supuesto – respondió, de forma amable y encantadora.
- ¿Cuál es su nombre?
- Chris ¿Por qué?
- ¿Es usted Christopher Reeve?
- Sí.

Temblaba entera, no lo podía creer. Pensé en Luisa Lane, en la mirada de Rayos X, en su fuerza, en Krypton.

Finalmente continué hablándole. Me presenté, le dije que era de Chile y que era sobrina de Shlomit, a ver si se acordaba de su viaje a nuestro país. Él me dijo que la recordaba perfectamente, que atesoraba muchos recuerdos de ese viaje y comenzó a preguntarme muchas cosas, muchas más cosas él a mí, que yo a él. Mientras la fila seguía avanzando muy lentamente, él quiso saber de mi auto intercambio, sobre mi familia en Estados Unidos y en Chile, sobre mi experiencia en el colegio de Pikesvile. Él me contó que iba a la casa de unos amigos en Conneticut, de su visita a Washington y algunas cosas más que ya no recuerdo.

Después de largos minutos de conversación, la fila comenzó a avanzar, decidí despedirme y volver al asiento frente a mi andén.

“Adiós”, me dijo en su también chapuerreado español, mientras me alejaba. Good Bye, le respondí.

De pronto me detuve. Nadie me iba a creer, yo conversando con Súperman, como viejos amigos en una estación de trenes en un día lluvioso. Abrí mi mochila y busqué afanosamente algo, algún papel, un lápiz. Y volví a la fila, con mi aguaguada libreta de Snoopy en la mano. No sabía cómo se decía en inglés, pero intenté explicarle que quería un autógrafo, con mucha vergüenza, por cierto, hasta que finalmente me puso algo así como: “To Paloma, with love Chris”.

En mayo del año siguiente, supe de su accidente y cada que vez que lo veía, recordaba al hombre encantador, que aprovechó una larga espera en una estación, para hablar con una joven, como si fuera más que una admiradora, como si fuera una verdadera amiga y regalarme una de las historias más lindas de mi vida. Gracias Clark.


* Pasaje de ida y vuelta

lunes, octubre 04, 2004

Imperdibles


Escribo este post para confundir a mi mala memoria y recordar algunos imperdibles a los que tengo que ir en los próximos días. De paso aprovecho de recomendar estos panoramas de excepción para los que gustan de contemplar y reflexionar sobre nosotros mismos.


Primera parada, Museo La Merced
En 1999 comencé a vivir a una cuadra de la Iglesia de La Merced. En esa época, el profesor Enrique Solanich encargó un trabajo que diera cuenta de la museología de algún recinto que nos interesara particularmente. Él nos había contado que los Mercedarios tenían la colección de arte pascuense más valiosa fuera de la Isla.

Para entonces el museo estaba cerrado, porque se encontraban iniciando un proceso de restauración. Fui a hablar con la secretaria del cura, que se portó bastante pesada conmigo y no me dejó siquiera entrevistarme con su jefe. Me dijo que todo estaba desordenado y sin clasificar, que no propusiera nada. Insistente como soy, incluso me ofrecí a buscar un antropólogo pascuense para clasificar la muestra, pero no hubo caso.

Me dio tanta rabia, que nunca más visité el museo. Es más, no lo conozco. Hice mi trabajo sobre el Museo de Bellas Artes, con la invaluable ayuda de Ramón Castillo. Fue uno de los mejores del curso y obtuve la nota máxima.

Pues bien. Llegó el momento de la reconciliación. Todos los sábados de octubre a las 11:00 horas, el Museo La Merced está ofreciendo una visita guiada por sus instalaciones, a cargo de historiadores del arte que irán señalando a los visitantes los aspectos históricos, artísticos y culturales más relevantes. Imperdible ¿Cierto?

¿Qué se puede ver? Una valiosa colección de arte religioso hispanoamericano, virreinal y precolombino, que da cuenta de la trayectoria de la Orden Mercedaria en Latinoamérica, y otra muestra de arqueología pascuense y americana.

Es importante recordar que tanto el Museo como la Basílica de La Merced, son dos de los más importantes monumentos arquitectónicos de Chile. Construidas en 1790, allí se encuentran las tumbas de Inés de Suárez y Mateo de Toro y Zambrano.

Aunque en el pasado no me dejaron aportar con mi pequeño y ambicioso granito de arena, hoy sí se pueden apreciar estos tesoros de buena forma, gracias a un proyecto gestionado por la Corporación Patrimonio Cultural de Chile, que incluyó la remodelación del edificio, restauración de piezas, implementación de salas y elaboración del guión museológico.
*** (Todos los sábados de octubre a las 11.00 horas. Mac Iver 341. Valor: $1000)

Segunda parada, Obras de Macarena Cabrera en el Teatro San Ginés


Sé poco de esta artista, pero me enamoré de su trabajo y quiero verlo en vivo. Si ella acepta le ofrezco un muro de mi casa como soporte. Lo suyo es la alegría, una oda de color estilo Naif, con palabras de acrílico sobre madera y papel.
*** (22 de septiembre - 17 de octubre, Mallinkrodt 76. Barrio Bellavista)


Tercera parada y final, Muestra fotográfica de Álvaro Larco en el Museo de Bellas Artes
No, no es el Larco de Cachimba. Es fotografía pura y dura. Conocí la obra de Álvaro Larco, porque el lanzamiento de su libro “El mundo de Emilia” fue una de las primeras notas que publiqué. Ahora este médico y fotógrafo, que ganó el premio Altazor en 2001 por su trabajo “Mirada transeúnte”, nos trae escenas desgarradoras de la realidad chilena en “Santiago: quality of life”.
*** (Desde el 7 de octubre en el MNBA)

De tantos y tan buenos panoramas, en más de uno nos encontraremos.