A mediados de los '90 Internet comenzó a ser una parte fundamental de mi vida, y de la vida de muchas personas alrededor del mundo. Fue muy simple ver cómo, incluso antes que el retail, dos industrias se convertían en los alumnos aventajados de la clase: el porno y el mercado del amor.
Todos los avances e ideas que hoy nos llaman la atención en Internet fueron pensados o desarrollados antes en la industria de los sitios web para adultos o bien en sitios web de citas como Match.com, OkCupid, eHarmony o Badoo, entre otros.
Vivimos en la era de la personalización del amor. Queremos que todo se ajuste a nuestras ideas, deseos y necesidades. Queremos co-crear, co-diseñar nuestra próxima bicicleta, la ropa que usaremos y también nuestra próxima historia de amor. Cada vez tenemos menos tiempo y exigimos que las experiencias sean satisfactorias, no dejar espacio para que la improvisación y la sorpresa terminen por causarnos algún tipo de desilusión.
Es el tiempo de lo instantáneo, de la satisfacción inmediata, de deshechar lo que no sirve y seguir con lo siguiente. Así es que aplicaciones móviles como Tinder, donde en un par de segundos apruebas o rechazas a alguien que está cerca tuyo, sólo a partir de la primera fotografía... son un éxito.
No creo que todo esto sea bueno, ni malo. Es simplemente... Distinto. Es un cambio radical de los paradigmas que han marcado la historia del amor como locura socialmente aceptada. Ahora, por ejemplo, podemos saber más de lo que la otra persona persona nos quiere revelar porque vemos sus dinámicas de interacción en las redes sociales, porque googleamos su nombre, leemos su timeline de Twitter y vemos sus fotos en Instagram.
Tal vez no sólo es el fin de la era del secreto, donde ya nada puede ser absolutamente privado. ¿Es también el fin de la era del misterio? Tal vez queremos que todo nos sea revelado. Queremos el control. Elegir la persona con la que queremos estar seleccionando rango de edad, estatura, peso, ocupación, intereses.
Aunque son muchas más las obras que toman la temática de la personalización del otro, pensé en esto al ver dos películas que abordan este deseo de control y la dificultad de sus límites. la primera es "Ruby Sparks", en la que un escritor va moldeando en la realidad a la mujer de sus sueños, y "Her", historia en la que un hombre se enamora locamente del sistema operativo inteligente de su computadora.
¿Hasta qué punto queremos que el otro se ajuste a nuestras necesidades y expectativas? ¿En qué minuto nos cerramos a la aceptación del otro como legítimo otro?, como dice Maturana.
¿Podemos aún enamorarnos y construir a partir de ese espacio de interacción única e irrepetible que se da entre dos personas? ¿O queremos controlar y personalizar eso también? ¿Queremos con un click encontrar esa conexión intelectual, física y romántica que anhelamos? ¿Tendremos realmente tiempo y espacio para el amor, o estamos programándonos para, sin mucho pensar, presionar "borrar" y "next"?
Bienvenidos al amor en la era digital.