Todo pasa por las emociones, por aquellas historias en las que logramos tocar la fibra de otro ser humano. Cuando veo o leo algo y digo “eso me pasó”, o “me gustaría que me pase”, se ha generado un lazo muy especial con el emisor de ese mensaje y mis intereses personales.
Ese, para mí, es el punto clave de una comunicación efectiva. Tal vez no el único, está claro, pero uno fundamental.
No se trata del soporte que utilicemos, no estamos hablando de un diario, un libro, un programa radial, una serie de televisión, Twitter o Facebook. Estamos hablando de ese instante mágico en que logramos conectarnos, en que logramos generar un vínculo entre lo que me ha pasado y lo que resulta importante para otra persona. Esto puede suceder cuando leemos una noticia que de alguna forma nos afecta, cuando nos identificamos con un programa de televisión, cuando una empresa nos logra trasmitir una emoción asociada a un nuevo producto, con un twit que nos parece divertido o interesante, con una foto que nos remece.
No se trata de la tecnología, se trata de las personas. No se trata de que un contenido sea viral, se trata de entender las motivaciones que mueven a las personas a querer compartir, a querer comunicarse, a querer encontrar en otros ojos y en otros mundos, el reflejo de sus propias experiencias, sensaciones y deseos.
Hace algunas semanas, en una cena con el profesor de la Universidad de Buenos Aires Alejandro Piscitelli estábamos hablando de lo mucho que nos gusta a ambos “Mad Men”, una serie de televisión que muestra el mundo de una agencia de publicidad en Nueva York durante los años ‘60.
Alejandro me recordó una escena particularmente notable, en la cual Don Draper, el protagonista, explica a los directivos de Kodak por qué publicitar una máquina pasa-diapositivas no se trata de vender la tecnología, sino de enganchar a la audiencia a través de un concepto clave: la nostalgia.
50 años más tarde, seguimos hablado de lo mismo: generar valor y emocionar. La única diferencia, es que ahora estamos todos participando, construyendo lazos al unísono, en una dinámica cuyos alcances son difíciles de predecir.
Vean el video y... “Buena suerte en su próxima reunión”.
Ese, para mí, es el punto clave de una comunicación efectiva. Tal vez no el único, está claro, pero uno fundamental.
No se trata del soporte que utilicemos, no estamos hablando de un diario, un libro, un programa radial, una serie de televisión, Twitter o Facebook. Estamos hablando de ese instante mágico en que logramos conectarnos, en que logramos generar un vínculo entre lo que me ha pasado y lo que resulta importante para otra persona. Esto puede suceder cuando leemos una noticia que de alguna forma nos afecta, cuando nos identificamos con un programa de televisión, cuando una empresa nos logra trasmitir una emoción asociada a un nuevo producto, con un twit que nos parece divertido o interesante, con una foto que nos remece.
No se trata de la tecnología, se trata de las personas. No se trata de que un contenido sea viral, se trata de entender las motivaciones que mueven a las personas a querer compartir, a querer comunicarse, a querer encontrar en otros ojos y en otros mundos, el reflejo de sus propias experiencias, sensaciones y deseos.
Hace algunas semanas, en una cena con el profesor de la Universidad de Buenos Aires Alejandro Piscitelli estábamos hablando de lo mucho que nos gusta a ambos “Mad Men”, una serie de televisión que muestra el mundo de una agencia de publicidad en Nueva York durante los años ‘60.
Alejandro me recordó una escena particularmente notable, en la cual Don Draper, el protagonista, explica a los directivos de Kodak por qué publicitar una máquina pasa-diapositivas no se trata de vender la tecnología, sino de enganchar a la audiencia a través de un concepto clave: la nostalgia.
50 años más tarde, seguimos hablado de lo mismo: generar valor y emocionar. La única diferencia, es que ahora estamos todos participando, construyendo lazos al unísono, en una dinámica cuyos alcances son difíciles de predecir.
Vean el video y... “Buena suerte en su próxima reunión”.