lunes, enero 30, 2006

Voy y vuelvo

Hay tantas cosas para contar y tan poco tiempo. Tantas por vivir, por sentir, por conocer. Transito caminos nuevos, voy explorando con los ojos muy abiertos. Son esos, los míos, que este fin de semana dejan la ciudad y parten rumbo al sur.

Voy a vivir en verde, en lagos, en lluvia y en viento.

Por ahora tendré días de mucho trabajo y, aunque hay mil cosas para contar en el blog, las historias tendrán que esperar.

Puede que deje un par de palabras, puede que no vuelva a escribir aquí hasta fin de mes… pero confieso que me encanta que vengan todos a esta casa mía, que hablen, se rían, reclamen, opinen o cuenten sus propias historias inspiradas en lo ven a través de mis ojos.

Así que aquí les dejo las llaves y… siéntanse como en su casa.

Voy y vuelvo.

miércoles, enero 18, 2006

Deje su mensaje después de la señal


Dejé la cartera sobre la cama y apreté el botón para escuchar los mensajes de la contestadota. Había sólo uno.

La mujer decía:

Hola Rosita, quería pedirte que me anotes con dos horas para el sábado por
favor. Muchas gracias y cualquier cosa… llámame
”.

Estas situaciones de verdad me desconciertan. Después de reírme un rato, comencé a pensar y a preguntarme un montón de cosas: ¿Quién era Rosita? ¿Qué tipo de servicios ofrecía? ¿Por qué dos horas? Y ¿Cómo sabría la mujer al otro lado del teléfono a qué hora la iban a atender?

Entonces recordé el cuento “La Voz del Amo”, del libro homónimo de Jaime Collyer, y decidí que si siguen llamando a Rosita, voy a terminar ofreciendo algún tipo de servicio…

¿Cuál?

No lo sé aún.

viernes, enero 13, 2006

En micro con el ministro

Frente a la Plaza de Armas tomé la 227 rumbo a la Plaza Italia. Sabía que era tarde, pero guardaba la esperanza de escuchar a Miguel Bosé o, por lo menos, que nos cruzáramos al terminar el show. El me miraría, yo lo miraría, y el flechazo sería inmediato. Ja ja ja.

Iba riendo sola, disfrutando de mis fantasías, cuando el chofer se detuvo en una luz roja en la esquina de Merced con José Miguel de la Barra. Miré por la ventana y lo vi en el paradero. Allí, esperando micro, como cualquier mortal, con challa en el pelo y monedas en la mano estaba Osvaldo Puccio, el ministro secretario general de Gobierno.

“Pare”, ordené al conductor cuando se disponía a seguir su rumbo. Me bajé y caminé hacia el paradero. “Ministro, lo vi esperando micro y tuve que bajarme para saludarlo y para decirle que encuentro muy curiosa esta situación. Mi nombre es Paloma”, concluí mientras estrechaba su mano.

“Hola Paloma”. “Sí, siempre ando en micro”. “Porque me gusta”. “Sí, tengo un auto con chofer, pero uno se pone tonto si anda tanto en auto. Me gusta estar en la calle, ver a la gente, tomar el metro o la micro, siempre lo hago”, respondía Puccio a mis preguntas, mientras yo miraba su cara de niño travieso sintiendo que me caía cada vez mejor.

“Es que llegué al acto de cierre de la campaña de Bachelet muy temprano y tengo que ir a una comida ahora”. “No, no tengo idea si ya cantó Miguel Bosé… es que yo soy muy re huevonazo para esas cosas”. “Ha sido muy buena mi experiencia como ministro... claro que es un ministerio muy demandante, que no para, hay que estar en todo”. “Sí, antes de ser ministro fui embajador en Austria y Brasil. Experiencias maravillosas”, siguió respondiendo a la curiosidad de la transeúnte-reportera.

“Ministro, lo dejo, porque me quedé sin sencillo, así que debo seguir caminando si quiero llegar a ver el final del show”. “Ven, yo te presto”, me dijo y nos subimos juntos a otra micro. Los pasajeros lo saludaban amistosos, no había asientos y seguimos conversando de pie. Él respondía con la mano a la gente que le gritaba desde la calle y con historias entretenidas a mis preguntas. “Es fuerte esto de la tele… la imagen de uno que se crea en las personas”, me comentaba Puccio. Me contó que incluso le pedían autógrafos o lo paraban para sacarse fotos junto a él usando la cámara de un celular.

Llegué a Plaza Italia cuando el show se había acabado y Bosé ya no estaba, pero el saldo de la jornada fue positivo y tenía la cara llena de risas por la anécdota. Fue entretenido conversar relajadamente con alguien que tiene que ver con la contingencia dura del país y, sin embargo, se da permiso para ser una persona simple, despedirse con un beso en la mejilla y seguir su rumbo, el rumbo de un ministro en la micro.

martes, enero 03, 2006

Saque su número



Para todo hay que sacar número, en la clínica, en el bazar de la calle Rosas, en la carnicería, en la isapre…

Y, mientras espero, pienso en lo que quiero pedir, en lo que necesito, en lo que me gustaría para este año y para todos los que vienen…

“D 99” se escucha por el altoparlante. “¿Con quién tiene hora?”. Necesito que me atienda un chamán, un experto en almas, alguien que restaure el cuerpo y lo calce con lo que siento, porque sepa usted que lo que siento cambia a cada minuto y es distinto en la mañana, en la tarde y en la noche. También sería bueno un palabrólogo que sepa ajustarme para que lo que digo sea realmente lo que quiero decir, para que lo que debo decir no importe tanto y para que mis palabras surtan efecto. También sería bueno un hechicero, que me de una pócima para que me pueda desdoblar, volar o hacerme invisible a mi antojo.

“B 27” marcan los números rojos. “¿Qué va a llevar?”. Quiero tres metros de tranquilidad, una bolsita con cien gramos de sueños, pero de los brillantes y autoadhesivos, también deme un paquete de autodisciplina y otro de confianza en mis capacidades, pero sin almidón. ¿Tiene felicidades, de esas que vienen con alegría y muchas risas? Deme ocho, pero que sean todas de distintos colores. “¿Algo más?”. Mmmm, un diluyente de malos ratos, que sea tan fuerte que sirva además para sacar penas.

“C 43” grita el carnicero. “¿Qué le doy casera?”. Deme cuatro kilos de amigos entretenidos, trabajos motivantes cortados para bistec, unas rodajas de días con nubes y sol, pero bonitos, también un par de kilos de cariño y que venga bien blando para meterlo al horno.

“A 62” anuncian. “Dígame”. Quiero cambiarme de plan a uno de luz, con copagos de conversaciones hasta la madrugada y bonificaciones de viajes, con mundos nuevos y redescubrimiento de los viejos. Eso quiero.

Pero siempre, siempre es tanto lo que hay que esperar, que termino por arrepentirme, y acabo pidiendo una hora con el oftalmólogo, unos metros de encaje, un cuarto de carne molida y el pago de mis cuentas… No sirvo para esperar, soy del club de los impacientes...

¿Y usted qué va a pedir?... No, no responda de inmediato… Saque su número y espere.